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Salsa Colombiana
Por:© RAFAEL BASSI LABARRERA
Tomado de BlueMonk Moods | 20.07.2009

A mediados de la década de los 60 irrumpió en las ciudades colombianas una nueva sonoridad caribe. La novedosa música provenía de ese legendario espacio neoyorquino conocido como El Barrio (conocido también el Spanish Harlem, en el nordeste de Manhattan) y fue asimilada rápidamente en el club social de las esquinas urbanas de Colombia. Era el sonido que los jóvenes necesitaban para alimentar el espíritu rebelde y contestatario de la época. Al igual que en el resto de Latinoamérica, los adolescentes y jóvenes de las barriadas colombianas de aquellos años sesenta —época de rebeldía y sueños—, se movían entre los mensajes hippies y las consignas socialistas que acrecentaban un sentimiento antiimperialista y tercermundista cultivado con el ideario de la revolución cubana y las declaraciones políticas de La Habana.

Eran momentos de ruptura generacional. La tradicional música antillana de los mayores no tenía la sazón que requería la muchachada, sedienta de sonidos fuertes, duros y voces que le cantaran a realidades urbanas. Esa música que luego llamarían salsa, tenía su antecedente más cercano en el famoso Cortijo y su Combo, grupo que había deslumbrado a los jóvenes con su aparición en la famosa película italiana Calypso.

En Colombia, la música popular del Caribe hispano insular es reconocida genéricamente como «música antillana» y cuando se le agregan las sonoridades del Caribe continental se habla de «música tropical». Al llegar la pachanga —último ritmo creado en Cuba antes de la revolución castrista— vía Nueva York, y luego el boogaloo, se calentaron las salas populares de baile. Esa música que todavía no se llamaba salsa no era música de fiestas familiares: quinceañeros, matrimonios o bailes de graduación. Era música de bailes populares y bares marginales, que brotaba de potentes equipos de sonidos, engalanados con exuberantes dibujos y simpáticos nombres.

Naturalmente la salsa entró a Colombia por los puertos marítimos de las costas caribe y pacífica, donde los marineros traían acetatos de norte y centro América. Claro que es conveniente recordar que a lo largo y ancho de la nación colombiana se escuchan y se cultivan expresiones caribeñas desde hace más de cinco décadas. No obstante, poblaciones urbanas como Barranquilla, Buenaventura, Cartagena, Santa Marta, Cali, Bogotá, Medellín, Popayán y Pasto, entre otras, se destacan en el ámbito nacional.

La confirmación salsera de los colombianos la despertó Ricardo Ray y Bobby Cruz con sus presentaciones, en 1968, en el Carnaval de Barranquilla y, en 1969, en la Feria de Cali. Ya para fines de los sesenta habían ocurrido cambios irreversibles en la música antillana con el desplazamiento del epicentro sonoro caribeño de La Habana a Nueva York.

En el Caribe colombiano, principalmente en Barranquilla y Cartagena, aparecen una serie de agrupaciones que, imitando las nuevas tendencias musicales internacionales, pasan a ocupar un puesto en el ambiente festivo popular e incursionan en la salsa, combinándola con los aires regionales. A vuelo de pájaro podemos mencionar a la Sonora del Caribe, que tuvo el honor de grabar con Daniel Santos y acompañar a otras leyendas antillanas; al Afrocombo de Pete Vicentini, con el caballo Jakie Carazo como cantante; La Protesta de Johny Arzusa, en la que el gran Joe Arroyo dio sus primeras notas melodiosas; y Michi Sarmiento y su Combo Bravo. Igualmente, agrupaciones como Los Corraleros de Majagual, los acordeonistas Alfredo Gutiérrez, Aníbal Velásquez y otras figuras costeñas, también grabaron salsa. Cabe mencionar el trabajo realizado por el pianista Joe Madrid, que sirvió para formar otra generación de salseros. Tampoco se puede pasar por algo a Los Titanes, el Grupo Raíces, la Fuerza Latina, la Charanga Almendra y tantos otros... Capítulo aparte merece el ídolo de la salsa colombiana; Joe Arroyo y su orquesta La Verdad.

En el Pacífico colombiano, el puerto de Buenaventura, Cali y Quibdo siguen siendo los centros urbanos de tradición salsera. Entre las agrupaciones salseras más destacadas, figuran los grupos Niche, de Jairo Varela, y Guayacán, del trombonista Alexis Lozano. Y éstas, claro, hay que sumar a Los Del Caney, Grupo Fuego, Orquesta La Ley, Los Niches, Fórmula Ocho, Alma del Barrio, Richie Valdés y su orquesta y Orquesta Sandunga, aparte de las orquestas femeninas como D'Caché, Canela, Tumbadora, Son de Azúcar, Son De Cali y Son de Caña, entre otras. Y bueno, si de nombrar otras agrupaciones se trata, hay que mencionar a Los Nemus del Pacífico, de Alexis Murillo; La Calicharanga; La Son Charanga; La Charanguita con jóvenes talentosos; La Suprema Corte; La Identidad; La Octava Dimensión; Alma del Barrio; Gustavo Rodríguez; La Sabrosura; el Combo Candela y, lógicamente al cantante Yuri Buenaventura, quien ha triunfado en Europa. Recuerden que Cali, en plena bonanza mágica, se proclamó como la capital de la salsa.

En Medellín, ciudad con una importante industria discográfica, han contribuido al movimiento salsero el Sexteto Miramar; el pionero Julio Ernesto Estrada, conocido como Fruko, impulsor del estilo salsero colombiano a comienzos de los años setentas, creador de bandas como The Latin Brothers y Wganda Kenya; la Sonora Dinamita, del desaparecido Lucho Argaín; el Grupo Star; Grupo Caneo; Grupo Galé, de los hermanos Diego y Jaime Gallego; la Sonora Carruseles, y Quinto Mayor, entre muchas.

Bogotá, por su parte, ha recibido y adoptado artistas y agrupaciones procedentes de muchas partes de la nación. Hoy brilla el sol Caribe calentando las frías noches santafereñas con salsa, cumbia, timba, merengue... y el surgimiento de jóvenes agrupaciones salseras como La 33, La Conmoción, La Real Charanga y otras yerbas caribeñas.

Mucho antes de que se hablara de crossover, en los sitios de diversión nocturna colombianos, al igual que en la radio y fiestas familiares, se escuchaba, cantaba y bailaba todo el espectro rítmico afrocaribe: son, guaracha, bomba, guaguancó, bolero, calypso, salsa... sin olvidar las más diversas sonoridades de la costa caribe colombiana. Son músicas que siempre han encontrado su momento para sonar en nuestro ambiente vital. En el espectro musical colombiano conviven nostalgias y perspectivas sonoras. Modestia aparte, somos un país musical.