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Caribe soy
Puntos de convergencia y divergencia en la música del Caribe

Por: RAFAEL BASSI LABARRERA
Publicada en el períodico EL HERALDO

Como bien lo dice Andy Montañez en un tema salsero “nuestra historia es una sola, nuestro pasado fue igual, nuestra lucha fue la misma por lograr independencia, tenemos el mismo mar”, pero dentro de ese pasado común tenemos particularidades que permiten diferenciarnos. Hay quienes afirman que en la gran diversidad cultural del Caribe reside su mayor riqueza. Además de la similitud colonial, hay que señalar que las elites criollas de las nacientes naciones del Nuevo Mundo, impregnadas de un pensamiento europeo, practicaron una exclusión con los descendientes africanos y aborígenes. Por eso, durante mucho tiempo el término Caribe fue borrado del vocabulario oficial, ya que resultaba vergonzoso para las castas europeizantes, llegando a extremos oficiales como es el caso de Colombia, donde nuestra costa norte fue, por obra y gracia de los razonamientos nacionales de mediados del siglo XIX, convertida en Costa Atlántica, desconociendo de esa forma todos los antecedentes etno-históricos de la región y el papel desempeñado por el Mar Caribe en el desarrollo del país. Tremendo error histórico en virtud del cual nuestra región dejó de ser bañada por el Mar Caribe, y pasó a limitar oficialmente con el Océano Atlántico.

Menos mal, los nuevos historiadores regionales iniciaron una campaña para recuperar nuestra identidad cultural a partir de la real ubicación geográfica de la región. Finalmente, en la Constitución de 1991 se reconoce a nuestra costa como Región Caribe. Hay que borrar de una vez por todas el anacrónico y repetido error de llamar Costa Atlántica a este litoral y a las islas bañadas por las impetuosas olas del Mar Caribe.

Hay una bella canción de Andrés Cabas que lamentablemente no ha contado con una buena difusión radial y que debería convertirse en una especie de himno juvenil para todos los caribeños colombianos.
“Cuando me preguntó, de dónde es, quién es usted / Sentí una soledad, que hasta la sangre se me fue.
Se alcanza uno a asustar, de lo que cuentan por ahí / Pedí a mi corazón,que me inspira la razón.
El corazón se me llenó de Lucho, Galán y Hernández, / de cumbia, guaracha y salsa picante,
de Matamoros, Escalona y Beny Moré, / de vallenato, de merengue puro de Juan Luis Guerra,
de Billo Frómeta y Rubén Blades.

Y entonces se me rellenó la boca de puro orgullo y le contesté: / caribe soy, soy, soy, a mucho honor,
y ahí donde dice señas particulares, / ponga caribe soy, caribe soy, soy, soy,
el único lugar donde aún se puede vivir de una ilusión, / es nuestra alegría la que traigo yo,
para la gente mía que pone el pecho y el corazón, / y que trabaja el doble pa’
demostrar lo que son.

Abrió mi maletín, quería encontrar yo no sé qué. / Sacó un disco de Songo, Borondongo y Bernabé.
Una palmera, un son y una estampilla de la paz, / doce cartas de amor y Cien años de soledad”.
Con esa declaración de identidad inicié mi charla sobre las confluencias y diferencias musicales del Gran Caribe, en el marco del ciclo de conferencias ‘El arte en el Caribe’, que organizó el Idct en el pasado mes de mayo.

SE VA EL CAIMÁN
Barranquilla es el gran puerto musical del Caribe colombiano que desde los primeros días de la radio en el país ha mantenido un intercambio sonoro con el Caribe insular y el resto del Caribe continental. Por eso, para nosotros no es extraña ni ajena ninguna de las manifestaciones musicales de la Gran Cuenca del Caribe. Mucho antes de que se hablara de ‘crossover’, aquí en los sitios de diversión nocturna, al igual que en la radio y fiestas familiares, se escuchaba, cantaba y bailaba todo el espectro rítmico afrocaribe. Son, guaracha, bomba, guaguancó, bolero, calypso, salsa, al igual que las más diversas sonoridades de la Costa Caribe colombiana, siempre han encontrado su momento para repicar en nuestro ambiente vital.

En la música popular del Caribe colombiano se fusionan las raíces indígenas con las culturas europeas y africanas. Aquí encontramos la primera gran diferencia con el Caribe insular, ya que en las islas antillanas, los aborígenes fueron prácticamente aniquilados en la Conquista. Por eso, en la historia musical de las islas antillanas no aparecen aportes musicales de los aborígenes. Desde los tiempos de la Colonia, cuando indios y negros tocaban en el Caribe colombiano la música de los amos blancos con tambores y pitos de cañas, se inició una sabrosa mixtura musical que a lo largo del tiempo ha producido un gran número de géneros y ritmos tales como la cumbia, el bullerengue, el mapalé, el chandé y el porro, que han tenido un desarrollo desigual y combinado, como diría cualquier pensador marxista. Nuestras manifestaciones musicales se han seguido cultivando con cierta “pureza” en el área rural y en los pueblos ribereños, pero al mismo tiempo han experimentado transformaciones urbanas, sobre todo en Barranquilla. Aquí es necesario destacar que en Barranquilla tuvieron sede algunas importantes casas discográficas y, durante la primera mitad del siglo XX, fue una especie de meca musical colombiana. Aún hoy día, Barranquilla sigue siendo un epicentro musical soñado por multitud de agrupaciones nacionales y extranjeras que anhelan venir a tocar en eventos como los Carnavales y su festival de jazz.

Barranquilla es reconocida internacionalmente por decenas de canciones que le cantan, desde el legendario ‘Caimán’ de Peñaranda, pasando por las canciones de Esthercita Forero, Pacho Galán, Joe Arroyo y muchos otros compositores que no han resistido la tentación de homenajearla, hasta llegar a los jóvenes raperos que le cantan en los buses urbanos. “A través del estudio de la música es factible conocernos mejor a nosotros mismos y entender nuestra manera de ver el mundo”.

Lógicamente, nuestra historia musical está enlazada indisolublemente a los procesos sociales, económicos y políticos que se han desarrollado en esta parte del mundo desde el mismo momento en que se inició la colonización europea. En esa amalgama de culturas que se vivió en el Nuevo Continente, poco a poco fue surgiendo una música propia con varias ‘prehistorias’, unas europeas, otras africanas y algunas precolombinas.

El Mar Caribe fue el gran crisol donde se mezclaron diferentes culturas que, entre otras cosas, produjo nuevas sonoridades que al irse desarrollando y al ser apropiadas por las poblaciones de las diferentes regiones del Nuevo Continente dieron identidad musical a cada uno de los países en que hoy se divide políticamente.

Sin embargo, la maravillosa diversidad sonora del Caribe tiene en el ritmo el elemento que generaliza e identifica; parafraseando al maestro Armando Benítez Rojo, la unidad rítmica del Caribe está en ese tambor que se repite en múltiples formas diferentes, o como cantaba Ismael Rivera, “mi música está en el centro de un tambor bien legal”. Indiscutible que el tambor es el instrumento de percusión central en todas las músicas del Gran Caribe.

Algunos musicólogos han señalado que la música del Caribe está conformada por más de 100 ritmos provenientes de 41 islas y 11 países del continente americano, donde se hablan varios idiomas europeos y algunos dialectos africanos, fuera de una larga serie de variantes lingüísticas que responden a tradiciones milenarias y a nuevas ‘confusiones’ o ‘cruces’ culturales urbanos. En fin, estamos hablando de un gran sancocho musical con una sazón compleja y con los más diversos ingredientes, que a pesar de tener una historia reciente, posee unos antecedentes africanos, precolombinos y europeos milenarios.

Quienes en algún momento tuvieron la oportunidad de asistir al Festival de Música del Caribe que se celebraba en Cartagena, recordarán que en ese gran encuentro de cultura popular se gozaba eufóricamente con la rica diversidad musical del Gran Caribe; muchos tuvimos la oportunidad de reconocernos como parte de ese mosaico de múltiples culturas regionales fraguadas por un mestizaje con fuerte acento africano, de las comunidades asentadas en una cuenca que se puede delimitar geográficamente, de una parte, por las costas continentales que van desde el Golfo de México hasta el norte del Brasil y, de otra, por el arco de islas que va de las Antillas Menores, marcadas por la colonización británica, holandesa y francesa, hacia las Antillas Mayores, de tradición española. Pero que espiritualmente se extiende por todo el mundo.

Vale la pena recordar que hace 20 años, en el Primer Encuentro Caribe, realizado entre el 25 y 29 agosto de 1986, en la Universidad del Norte, el Dr. Jesús Ferro Bayona en el discurso de instalación de dicho evento anotaba: “Dedicados por largo tiempo a la exaltación y al culto de los Andes, el país descuidó aquel mar que nos integró a la historia universal y que trajo a bordo de sus olas el encuentro fecundo y dramático con la cultura del viejo mundo. Son tantas las cosas que le debemos al Caribe que, si tuviéramos que hacer un inventario, la lista no terminaría y quizás, entonces, comprenderíamos cuán injustos e ingratos hemos sido con su generosidad”.

Recordaba el filósofo Numas Armando Gil a los participantes en el I Congreso Iberoamericano de Ética y Política, realizado en Cartagena en noviembre de 2001, que “… lo característico del ser caribeño es que, en lo fundamental, su experiencia estética ocurre en el marco de rituales y representaciones de carácter colectivo, histórico e improvisatorio. Las formas más naturales de la expresión cultural caribeña son el baile y la música popular”. O como dice el maraquero panameño, hoy Ministro de Turismo:
“En mi Caribe, raíz de sueños / donde jamás se agota el sentimiento
Soy de la tierra de la esperanza, / llevo la sangre del que no reconoce dueños.

Soy fuego y luna, agua y memoria / de amaneceres siempre alumbrando nuestra historia
Raíz de sueños es el Caribe, / donde el sol no tiene dueño y la esperanza sobrevive”.
Es un lugar común decir que la música es un elemento primordial en la identidad cultural Caribe y es que el eco de ancestrales tambores nos une en medio de nuestra sabrosa diversidad rítmica. Aunque a veces ese tambor se encuentra camuflado en otros instrumentos, la música del Caribe no deja de darle alegría al mundo. A ritmo de bomba, merengue, son, cumbia, reggae, calypso, salsa y bolero se ha defendido nuestra cultura popular y sigue defendiendo de la aplanadora neoliberal que en nombre del sacrosanto mercado pretende arrasar con nuestra herencia cultural. El otro día me decía el inquieto investigador cultural Adlai Stevenson Samper que el calor y el brillante sol del Caribe entran por los oídos de los europeos a través de la música, llenando de júbilo sus cuerpos.

Las músicas del Caribe son mestizas, producto de las migraciones de europeos y africanos que llegaron al Nuevo Mundo, donde surgieron nuevas expresiones musicales que daban cuenta de diferentes culturas. Los instrumentos musicales que trajeron los europeos se adaptaron a las nuevas condiciones sociales; por su parte, los esclavos africanos recrearon sus tambores, mientras que los aborígenes acomodaban sus pitos y sonajeros. En fin, surgieron diferentes tipos de agrupaciones.

A esa multiplicidad de raíces hay que agregar el nomadismo, como bien lo sustenta el profesor Jorge Nieves en su libro inédito Travesías nómadas en las músicas del Caribe colombiano, al señalar las continuas olas migratorias que establecieron travesías multinacionales que se manifiestan en tonadas y temas que se repiten con ligeras variaciones en diferentes lugares del Caribe. Señala el profesor Nieves que: “Géneros, formatos y modalidades musicales de diferentes puntos del Gran Caribe han estado alimentando las experiencias de músicos, compositores y públicos de diversas regiones y países durante decenios, de tal modo que las fronteras musicales no se corresponden con las fronteras políticas”.

Bueno, aquí en el Festival de Orquestas del Carnaval tenemos un ejemplo de cómo esas fronteras musicales son bien elásticas, recordemos que encontramos categorías de merengue y salsa. Recientemente, nuestra querida Shakira incluye en su nuevo éxito ‘Las caderas no mienten’, el estribillo de ‘Baila en la calle’, un merengue dominicano que seguramente ella escuchó de niña en Barranquilla.

Al situarse frente a un mapa del Gran Caribe, uno puede jugar a identificar cada país con un determinado aire musical, aunque la cuestión puede resultar más compleja. No debemos olvidar que el continuo desplazamiento que se ha dado en la región ha originado un permanente intercambio cultural entre los diferentes países, sobre todo en la música, donde los medios de difusión han jugado un papel importante en las transformaciones, por lo que también resulta un poco difícil establecer clasificaciones absolutas y unificadoras. Igualmente, resultan un poco oscuros los orígenes mismos de ciertos ritmos musicales, ese oscuro no lo digo por el elemento africano, sino por todos los mestizajes habidos en su formación.

Es preciso resaltar que desde siempre los cultores de las manifestaciones tradicionales del Gran Caribe han enfrentado los deseos de las ‘altas culturas’ de borrar las tradiciones populares. Contrariando las pretensiones de la industria del entretenimiento y el ocio que quieren homogenizar la diversión, las músicas y fiestas autóctonas se han seguido cultivando con cierta ‘pureza’ en el área rural. Claro que no podemos negar que al mismo tiempo han experimentado transformaciones urbanas, sobre todo en las grandes capitales. Además, no podemos olvidar que existe un Caribe extendido que también produce sus sonoridades en las grandes capitales como Nueva York, París y Barcelona, al igual que en las ciudades latinoamericanas. Es lo que algunos humanistas han llamado el Caribe Espiritual, y que se expresa desde la lejanía mezclado con otras realidades sonoras.

"El continuo desplazamiento que se ha dado en la región ha originado un permanente intercambio cultural entre los diferentes países, sobre todo en la música, donde los medios de difusión han jugado un papel importante en esas transformaciones"

A manera de ejemplo quiero nombrarles dos agrupaciones dirigidas por músicos colombianos en el exterior, se trata del grupo Folklore Urbano, que dirige en Nueva York el pianista valluno Pablo Mayor y que cuenta en sus filas con músicos de todas partes del mundo.

Folklore Urbano está conformado por: Ronald Polo, cantante, percusionista colombiano y gaitero de Barranquilla; Morris Cañate, tambor alegre, de Barranquilla; Sergio Borrero, tambor llamador y maracas, de Cali; Dave Hertzberg, bajo, de Estados Unidos; Christopher Michael, batería, de Estados Unidos; Rafi Malkiel, bombardino, de Israel; Antonio Orta, saxofón alto y soprano, de Puerto Rico; Christopher Karlic, saxofón barítono, de Estados Unidos; Scott Harrel, trompeta, de Estados Unidos, y Anna Povich de Mayor, flauta, de Estados Unidos. Lógicamente, Pablo Mayor en el piano. En su más reciente producción discográfica encontramos el emblemático ‘Te Olvidé’ y la famosa ‘Cumbia sobre el Mar’.

La otra agrupación es la orquesta Rumbatá Big Band, que dirige el percusionista Jaime Rodríguez en Amsterdam desde 1990. Porros, cumbias, currulaos, vallenatos, sanjuaneros, puyas y otros aires nacionales son interpretados por músicos de diferentes países, residentes en Holanda. Claro que su repertorio también incluye salsa y otros ritmos caribeños.

CUMBIA UNIVERSAL
Hoy en día cuando se habla de música colombiana en el exterior, generalmente se piensa en música vallenata, incluyendo allí cumbia y otros géneros tradicionales del Caribe colombiano. Recientemente se acaba de crear la categoría de cumbia-vallenato en los Premios Grammy Latinos.

La numerosa “descendencia” que ha engendrado la música del Caribe colombiano al difundirse por diferentes regiones y países puede resumirse según algunos musicólogos en varios “retoños” especialmente significativos, en México, Argentina y Perú.

La llamada ‘Música Grupera’, que es la adaptación realizada desde los años setenta en el nordeste mexicano de la música de Los Corraleros de Majagual (y con ellos, de acordeonistas caribeños que se fueron a vivir a México como Lucho Campillo y Aniceto Molina).

La música de cumbias, porros y paseos de la Sonora Dinamita, residenciada en México hace muchísimo tiempo, heredera allá de los porros y cumbias de Lucho Bermúdez de los cincuenta y con una presencia importante como modelo para los grupos del centro de ese país y de algunas zonas costeras del Caribe.

La ‘chicha’ peruana, que fusionó bases rítmicas y melódicas de la cumbia colombiana con instrumentaciones y cadencias del altiplano andino y algunos géneros regionales como el huayco, además de la inclusión de instrumentación electrónica (como guitarra eléctrica, teclados y bajo) que dio origen a la tecnocumbia.

Mientras, en Argentina, existe una expresión popular conocida como ‘cumbia villera’, surgida de los tugurios denominados ‘Villa Miseria’.

Antes de finalizar quisiera que pensáramos en ese instrumento de fuelles que tocan los reyes vallenatos que también hace parte de la organología del merengue tradicional y de los grupos panameños, y que algunos maestros del jazz, como el desaparecido contrabajista Al McKibbon, incluyeron en su último álbum.

En fin, vale la pena recordar una frase de Carlos Vives que dice, “por debajo, todas las raíces del árbol están conectadas”.

** Ponencia presentada en el ciclo de conferencias El arte en el Caribe, realizado el pasado mes de mayo por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo.