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A MÍ, NO ME MANDAN FLORES (II)

“Hay tres cosas que deben evitarse en la vida: meterse con los trastos de la iglesia, insultar a un Juez y agarrarle las nalgas a un milita”. Así me lo repitió, con esas mismas palabras, mi Viejo, Alfonso, una tarde de año nuevo en la que jugábamos una partida de dominó en la que atendía mi madre Delba Gutiérrez”
ALFONSO JACQUIN GUTIERREZ.
Memorias de un desaparecido.
Abril 30 de 1954. Noviembre 7-8 de 1985

Por: MOISES PINEDA SALAZAR

Se escuchan los bombazos, el trepidar de las ametralladoras y los tiros de fusil, y los gritos…El olor a pólvora asfixia. El imaginario de la explanada, del atrio de la Catedral Primada y del Palacio Arzobispal, las escalinatas del Congreso y del portal del Palacio Liévano atiborrados por miles de hombres y mujeres que ondeaban las banderas azul, blanco y roja del Eme, había sido reemplazado por el de una Plaza de Bolívar desolada.

Las voces que aclamaban nuestra osadía, lo que ya era nuestra victoria, no se escuchaban y, más bien, por encima de nosotros se oía el ronroneo de los helicópteros.

Sentí su mano sobre mi hombro…

- En estas condiciones, Doctor Jacquin, ¿qué le hace suponer que sea posible admitir una demanda, adelantar un Juicio, como quiera llamarlo, o algo que se le parezca, en contra del Presidente de la República?

Me parecía imposible que fueran las armas del mismo Estado las que estuvieran apuntando hacia nosotros. Digo mal, hacia el Presidente de la Corte Suprema de Justicia, la cabeza visible de una de las Ramas del Poder Público que junto con el Presidente Betancur y el del Congreso, encarnaban- los tres- la majestad de la República.

Sin quererlo, los habíamos colocado en la situación de quedar como escudos humanos. ¡Estábamos violando las leyes de la guerra, el Derecho de Gentes, los compromisos de la VIII Conferencia Nacional de 1982 para respetar los principios básicos del Derecho Internacional Humanitario…! ¡Horror! ¡Santo Dios!

- No es exactamente eso lo que está pasando- me dijo el Magistrado-. Es que ni Ustedes ni ellos están haciendo nada para protegernos…

Había tomado el teléfono y hablaba con alguna emisora de radio y decía que a pesar de que había tratado de conversar con el Presidente de la República no había logrado hacerlo y pedía que cesara el fuego para poder dialogar a fin de encontrar una salida al problema y proteger la vida de los civiles.

Eran pasadas las cuatro de la tarde.

Tres y media horas después, un bombazo reventó en contra de la fachada y la explosión nos lanzó al suelo. La balacera se generalizó. Perdí mis gafas…Se ha desatado el infierno…

Por primera vez en mi vida, me vi disparando hacia alguna parte buscando morder la carne de otro hombre y como si fueran las actas secretas de las reuniones clandestinas que se tenían en el Liceo Celedón cuando las asonadas en los inicios de los años setentas, pasaron frente a mi las sucesivas reuniones en las que habíamos planeado algo que en nada se parecía a este infierno que estamos viviendo.

Como en un libro subrayado y comentado, se abrió la página de la memoria en la que quedó registrado aquel día cuando encadenados en el Tribunal Superior del distrito Judicial, la prensa de Barranquilla concurrió a cubrirnos, se oyeron nuestras voces, se promovieron nuestras demandas y, así como entramos, salimos.¿Qué pasa ahora…?

Tal vez ocurra que se nos olvidaron los consejos de los conservadores de “La Samaria” que sentenciaban: “hay tres cosas que deben evitarse en la vida: meterse con los trastos de la iglesia, insultar a un Juez y agarrarle las nalgas a un militar”. Así me lo repitió, con esas mismas palabras, mi Viejo, Alfonso, una tarde de año nuevo en la que jugábamos una partida de dominó en la que atendía mi madre Delba Gutiérrez quien, a pesar de su estudiado desenfado, no podía ocultar su preocupación por lo que le contaban de mis andanzas con Maximiliano, El Calle, El Sere, Juancho, El Baro y Tico que en mucho, decían en los corrillos del parque de la catedral, tenían que ver con los caminos de Jaime y de Ricardo.

Cuánto daría por no haberle causado a Delba el dolor de haber confirmado sus sospechas por el despliegue que dio la prensa a la toma de Yumbo en la noche del sábado 11 de agosto del año pasado…Sin proponérmelo, marchité su belleza y sus ganas de disfrutar a plenitud su pensión y su vejez…La amaba tanto…

El incidente del Cantón Norte, los insultos de Almarales en la Plaza de Santa Marta en la que, envalentonado por haber salido indemne de “La Picota”, los llamó: “Generales de mentira que nunca han ganado, ni perdido, guerra alguna”, las derrotas que les habíamos infringido en Florencia y en Yumbo, la introducción de armas por aire, mar y tierra y el atentado contra el Jefe del Estado Mayor en la perimetral bogotana, los habían hecho quedar en ridículo ante los ojos del país. Estaban tocados en lo más sensible. Frente a eso no hay ni Estado, ni hay Derecho.

Solo les quedaba buscar la oportunidad para la retaliación disfrazada de honor militar. Ella, había llegado. Estaban dispuestos a fumigarnos. La orden era de tierra arrasada...

No habíamos contado con que el Gobierno tenía muy poco espacio de maniobra política. Habíamos olvidado lo que Bernardo Ramírez había advertido desde las reuniones de San Francisco cuando contó a nuestro Comandante que había generales que desaprobaban los diálogos del gobierno de Betancurt con el M19, su política internacional y que no estaban dispuestos a cumplir las ordenes del Presidente. Aunque nunca dio nombres seguramente se trataba de Matamoros, Landazabal y Lerma Henao. Todo indicaba que estos y otros militares operaban por su cuenta y no quisimos entender el mensaje…

Los asesinatos de Carlos Toledo, Hernán Céspedes, Edwin Rivera, Ivan Marino Ospina, las muertes diarias y selectivas de civiles que siguieron a la toma de Yumbo, la emboscada a Carlos Pizarro y a Laura en Florida, los allanamientos a las sedes de los Campamentos de Paz durante el mes de junio pasado, indicaban que el espacio para la política se había agotado y que a Belisario el oxigeno solo le había alcanzado para la firma de los acuerdos de Corinto. Aquello que López Michelsen le dijo a Álvaro y a Iván en la Habana dizque Betancur tenía el poder político y la fuerza de opinión para hacer la paz, hacía rato que había empezado a ser parte de la historia…Quizás era así desde antes de aquella noche en la que en una salita del segundo piso del Palacio de la Moncloa, en Madrid, él les confesó a aquellos que “la situación es difícil y los militares muy duros”

El golpe en las costillas fue seco. Me hizo perder el aire.

A corta distancia, alcanzo a distinguir algunas edificaciones de una sola planta, iluminadas. En la parte posterior de ellas, yo estaba desnudo. Amarrado a una madrina en una extensa explanada sembrada de pasto. Así estoy desde hace más de cuatro horas.

El movimiento y la agitación lo son en extremo…

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