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LA CIUDAD ES OTRA COSA
Por DIEGO MARIN CONTRERAS [Tomado de EL HERALDO]
Ojalá te perdonen, como siempre, tus impertinencias. Pero
la ciudad no es un himno, ni un escudo, ni una bandera, ni siquiera
el pálido recuerdo, entre amarillentos recortes de periódico, de
dudosos fundadores míticos cuya historia se pierde en las arenas
movedizas del tiempo. La ciudad es otra cosa.
Es la infancia, la
más lejana memoria de papel cometa, esa que arrastra los recuerdos,
por encima de las copas de los árboles, de ningún lugar hacia no se
sabe dónde. Esa brisa legendaria que llega acompasada por el eterno
tum tum de un ritmo que es el pulso vital de la ciudad, y que ha
marcado tus pasos, desde la primera vez que lo sentiste, por los
inefables laberintos de la vida.
Ojalá no te juzguen, como a
veces, por tus insolencias. Pero la ciudad no es el alcalde de
turno, ni el fantoche de la publicidad política, ni el personaje del
día, ni el vano discurso veintejuliero, ni los fariseos a la carta,
ni la retórica barata, ni el oportunista en ascenso, ni el minucioso
infierno de los corruptos. No, la ciudad es otra cosa.
La ciudad
es el bello rostro inédito que descubres en su gente anónima, en su
valioso pueblo, que cada día le arranca a la vida un bocado de pan y
tres rebanadas de esperanza. Es ese Ulises cotidiano que a las
cuatro de la mañana está armando la chaza, el negocio, el rebusque,
con un talento y una perseverancia que ya envidiarían esos pedantes
que conciben sesudas teorías económicas que sólo son aptas para
iniciados.
Ojalá que comprendan, como nunca, que tus palabras
nacen del amor y no de la amargura. Pero la ciudad no es la
ostentosa mansión de mármoles impúdicos, ni el delirante afán por
alardear riquezas, cuando los ingresos del 80% de la población están
por debajo de los dos salarios mínimos mensuales. No, la ciudad es
otra cosa.
Es la mirada que sonríe, a pesar de todo, con una
inocencia a prueba de balas. Es ese saludo franco, a pleno pulmón,
del amigo que te recuerda que no estás solo, que el corazón del
barranquillero auténtico es una gran casa de puertas abiertas. Es el
recuerdo de tu padre muerto, es la mirada nostálgica del viejo
hablándote sobre la ciudad de otros tiempos; es la entrañable
humanidad que, gracias a Dios, no estamos dispuestos a perder en
nombre de un paquete de tonterías con el sello de la
modernidad.
Ojalá que no te consideren, como siempre que escribes
sobre estos temas, como un personaje incómodo y amargado al que no
sabemos dónde colocar para que no moleste más. Pero la ciudad no es,
no puede ser, la vulgar patanería que ha igualado a los distintos
estratos sociales, a las diferentes profesiones y oficios, en un
idéntico lenguaje soez. Igualados por lo bajo. Ni puede ser la
neurosis colectiva que ha convertido el tránsito vehicular en una
cotidiana batalla campal, donde las más enfermas sociopatías se
expresan en el abierto afán de matar a los demás utilizando un
vehículo como arma. No, la ciudad es otra cosa.
Es vida
crepitante en las aceras de mediodía voraz. Es la apuesta de la vida
por la decencia y la caballerosidad, no como fórmulas hipócritas,
sino como sabias herramientas de sobrevivencia común. Es el
declarado amor por las acacias, por las lluvias de oro, por el roble
amarillo, por los seres que están y por los seres que se han ido. Es
el recuerdo de las mujeres que has amado y que acaso te amaron. Es
la mano que se ha tendido, generosa, para ayudarte en los momentos
de dificultad. Es la gratitud por el amor, por las manos, por los
dones de Dios.
La ciudad no es la estatua hueca, ni la casona
del Viejo Prado, ni la conmemoración empalagosa, ni el rostro
oportuno que quiere identificarse con ella, generalmente en busca de
votos o figuración. Y sobre todo no es el recuento de las anécdotas
de unos supuestos prohombres, ni la nostalgia de un paraíso perdido
en los confines del tiempo. No, aunque no te perdonen y te juzguen,
tienes que decirlo. La ciudad es otra cosa.
Es la pasión que
anima tu alma, es el comienzo y el final de tu vida. Es el instante
en que te dices: “este soy yo, y este es mi mundo”. Porque la ciudad
está en ti, hermano lector, porque la ciudad eres tú. Feliz día de
Barranquilla.
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