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Fotos tomadas de EL HERALDO

El cañón verde, un ícono barranquillero, enterrado en una de las esquinas del Paseo Bolívar.


Fotos tomadas de EL HERALDO

El cañón que está clavado en una de las esquinas del mercado de granos de Barranquilla, muy poco conocido para la mayoría de los barranquilleros.

Historia ignorada de Barranquilla
Los cañones que enterraron la guerra

Por Adlai Stevenson Samper
Tomado de EL HERALDO


Está es la historia de dos cañones enclavados en diferentes esquinas del viejo centro y mercado de Barranquilla. Señalan como hitos, con perentoria advertencia de centinela, sobre la índole trágica de los sucesos que provocaron ese ritual sepulturero de la pólvora y el plomo.

El primero de los cañones se encuentra ubicado en un callejón de aguas negras entre la fachada posterior del edificio en que estuvo ubicada la antigua Tenería, antiguo edificio de cal y canto donde se curtían cueros desde la colonia y el mercado de granos construido en 1913 por Ángel González del Real con su pretenciosa arquitectura francesa.

Yace escondido entre jaulas de gallinas criollas, tanques de agua, carretillas, pajarillos cantores y largas mesas de restaurantes populares en improvisados kioscos. Enfrente, se ven las chimeneas humeantes de Cervecería Águila.

Mucho antes de las obras de canalización y cegamiento del caño de la Ahuyama durante la temporada de invierno las aguas crecidas del Magdalena hacían rebosar los caños y se inundaban totalmente las partes bajas del mercado por lo cual sus previsivos comerciantes subieron la altura de los bordillos para evitar la inundación de sus negocios. Tan fuerte era la devastación del territorio anegado que viejos habitantes del sector recuerdan haber visto el cuerpo del cañón sirviendo de amarre a pequeñas canoas.

El cañón rojo enterrado en La Tenería recuerda la batalla del 9 de noviembre de 1859 en la plaza del mismo nombre, cuando Barranquilla quedó envuelta en la revolución de Nieto. Este había derrotado al Gobernador del Estado Soberano de Bolívar Juan Antonio Calvo, quien representaba la autoridad del Presidente de la Confederación Granadina Mariano Ospina Rodríguez.

El General Joaquín Posada Gutiérrez, quien comandaba tropas leales al régimen, cayó derrotado por el ejército revolucionario en Corozal. Al no aceptar la rendición, vino hasta Barranquilla a fortificarse y desde aquí, a proseguir la pelea. Los partidarios de la revolución liderados por Manuel Cabeza y González Carazo le propusieron a Posada capitulaciones que este no quiso aceptar, atacándolo el 9 de noviembre de ese año tras previamente darle ocho horas de plazo para la evacuación.

La batalla se entabló con un duelo de cañones y fusilería y Posada, ante el empuje de las fuerzas revolucionarias que avanzaban por los caños, entre las que se encontraban las comandadas por el General Ramón Santodomingo Vila, decidió refugiarse en el edificio de La Tenería. Después de cuatro horas de asedio, el General Posada fue atravesado por una bala de fusil. Sus huestes, ante el inesperado desenlace, decidieron rendirse.

Otros dos cañones se enterraron detrás de la iglesia de San Nicolás en la primitiva calle Ancha, llamada después Paseo Colón, posteriormente Camellón Abello y finalmente Paseo Bolívar. Uno de ellos en la esquina en que antaño quedó la casa de Bartolomé Molinares, situada en la carrera Progreso. El segundo en la otra esquina, en donde quedaba el primer club Barranquilla, en la culminación del antiguo callejón del mercado.

Desde las azoteas de estas edificaciones y la torre de la Iglesia de San Nicolás se libró un duelo de tiros y cañones entre las fuerzas del General Carlos Vicente Urueta, quien venía a retomar a Barranquilla en nombre del régimen de Rafael Núñez, y las tropas insurrectas del liberalismo radical comandadas por el General Ricardo Gaitán Obeso, quien había ocupado una Barranquilla afecta a su causa el 6 de enero de 1885 sin disparar un solo tiro ante la rendición general de la plaza por parte del General González Carazo. El sangriento combate ocurrió el 11 de febrero de ese año en las calles del centro de Barranquilla con un desenlace de más doscientos muertos y trescientos heridos, culminando con la rendición total de las tropas comandadas por el General Urueta.

DESPUES DE LA GUERRA

Con el país en bancarrota a causa de las guerras, desangrado, sepultados los sueños políticos territoriales federalistas y derrotados de manera definitiva los radicales en la batalla de la Humareda, se firmó el acuerdo de El Salado para poner fin a las hostilidades. Núñez, en un celebre discurso que pasó a la historia como culminación de toda una época de la vida política nacional exclamó: “La Constitución de 1863 ha dejado de existir”. En consecuencia, se planteo una Constitución totalmente nueva en 1886, con un fuerte componente estructural centralista, enterrando las posibilidades inmediatas de rebeliones y guerras civiles basadas en el poder de los estados que desaparecían políticamente para convertirse en entes administrativos con absoluto control del ejecutivo, a los cuales se les otorgó el nombre de departamentos.

El espíritu de la regeneración nuñista le planteo a la nación nuevos esquemas políticos apoyados en una férrea ideología basada en los dogmas religiosos de la Iglesia Católica. El presbítero Pedro María Revollo, amigo incondicional de Rafael Núñez en Barranquilla, en un articulo periodístico sobre las etapas del progreso de la ciudad concluye la quinta etapa de su análisis previendo un panorama de nuevos vientos sosteniendo que: “Final del siglo XIX- 1885- Nueva Constitución de la Republica. Era de paz, desarrollo comercial, industrial y edilicio”.

Núñez nombró como alcalde suyo en Barranquilla a Antonio Abello, quien había culminado sus estudios en Francia. Su periodo se inició el 25 de julio de 1885 y culminó el 26 de marzo de 1888. Traía desde Europa todo conocimiento del bagaje urbanístico de París con sus amplias avenidas, bulevares con arborización, sillas públicas y retretas en la plaza. Asunto prioritario de su mandato era la reconstrucción de los edificios del centro, dañados en gran parte durante la refriega del 11 de febrero.

Una de estas edificaciones era la iglesia de San Nicolás, por lo cual su párroco Carlos Valiente solicitó en 1886 al Concejo Municipal la cesión de una parte de la Calle Ancha para ampliar la casa cural aprobándosele y derribando por consiguiente el antiguo presbiterio para construir uno diferente de estilo gótico. Es en ese momento cuando el Alcalde Abello decide efectuar cambios fundamentales en el diseño de la calle Ancha creando en la mitad un camellón con sillas a los lados bajo la sombra protectora de una hermosa alameda.

No hay un documento histórico que señale la fecha exacta de inauguración de las obras. Pudo ocurrir a finales de 1886, consolidado Núñez y el nuevo orden político nacional que se traduciría en materia urbana en Barranquilla en la puesta en servicio del Camellón, el presbiterio construido en la Iglesia de San Nicolás y como acto simbólico especial enmarcado en el espíritu pacifista y renovador de fin de siglo, deciden enterrar tres cañones boca abajo: dos en la calle ancha, situados uno en la carrera Progreso y el otro en el callejón del mercado, equidistantes de la fachada posterior de la iglesia de San Nicolás, la cual protegían como guardianes dormidos de la civilidad, y el otro detrás del edificio de La Tenería en el mercado de granos. Un enigmático triangulo de cañones enterrados.

El acontecimiento es una muestra fehaciente del orden ideal buscado por el establecimiento nacional pero es también un ritual de paz y de desarrollo urbano realizado por el Alcalde Abello en señal conmemorativa de las batallas libradas en los sectores céntricos y tradicionales de la ciudad, y con la carga simbólica que tales armas inutilizadas no serian más nunca usadas para los terribles afanes de la guerra.

NUEVO URBANISMO

En 1945, las autoridades municipales deciden emprender una reforma total al camellón Abello, nombre que se le dio a la vieja calle ancha en honor al Alcalde artífice de su diseño. Se suprimió el bulevar, la arborización y las sillas públicas, remplazándolos por una capa de pavimento. De este modo desapareció la calle España, un segmento angosto del camellón Abello que iba de progreso hasta la carrera 38, con el propósito de ampliar la avenida hasta lograr la actual anchura del Paseo Bolívar. Dentro del plan de esas obras es menester derrumbar la casa de Bartolomé Molinares y por eso se saca el Cañón Verde de su emplazamiento inicial para permitir la nueva alineación del Paseo Bolívar, como se denominó desde entonces el viejo camellón Abello. Ya en sus nuevos linderos, el cañón nuevamente fue enterrado unos metros detrás de la misma y vieja esquina.

Durante las obras de remodelación del edificio del antiguo club Barranquilla situado en la esquina del Paseo Bolívar con el callejón del mercado (actual carrera 42) a finales de los sesenta, el cañón situado en la esquina desapareció misteriosamente. En fotos de la época, se puede apreciar este cañón enterrado y la línea del tranvía. Por esa circunstancia, el actual cañón verde está aparentemente solitario en una de las esquinas históricas más importantes de la ciudad.

En la simbología de los colores el verde simboliza la esperanza. Quizás por esa circunstancia el cañón fue pintado con ese color. Además, el proyecto político de Rafael Núñez pretendía elevarse sobre los partidos tradicionales cuyos colores distintivos eran el azul y el rojo. El acto de enterrar a los cañones sirvió como un conjuro valioso para la paz pues desde que ocurrió ese acto la ciudad nunca más ha sido testigo de batallas militares en el ámbito de sus calles.