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La ‘costeñidad’: mito y realidad
Por: Adolfo González Henríquez
[Tomado de www.elheraldo.com.co]

Hablar de ‘costeñidad’ tiene sus riesgos. Apresurarse a codificar lo fluido, a convertir en piedra lo que tiene sentido como agua corriente. A madurar biche lo que podría tener juventud indefinida. A estampar el pasaporte siendo que se trata del viaje mismo, como siempre en el Caribe. ¿Puede una sociedad tan nueva y movediza como la nuestra definir en cinco siglos temas que en otras partes han tomado miles de años? Sin embargo hablamos de ‘costeñidad’ con frecuencia y eso es saludable: una característica de lo que Darcy Ribeiro, el gran antropólogo brasileño, llamaba ‘pueblos nuevos’ es su creatividad infinita, asombrosa, original. Su capacidad de inventar cosas, así sean conceptos socialmente inconvenientes cuando no abiertamente traídos de los cabellos.

EL ‘MODO DE PRODUCCION FOLCLORICO’ O LA CHEVERIDAD POLITICAMENTE CORRECTA
Como las ideas que colocan al Caribe colombiano por encima de la racionalidad y de las tendencias del capitalismo moderno. Un estado de excepción donde reina la fantasía, seguramente. Porque nos tocó ser productores de cosas cómicas, folclóricas, pintorescas y en el mejor de los casos, ligeras. Es el ‘modo de producción folclórico’ donde todo camina por arte de la rebambaramba. El trabajo pesado del capitalismo racional moderno corresponde a otras gentes y latitudes; las indagaciones sobre los enigmas de la existencia humana (cosas serias y aburridas como la ciencia y el arte propiamente dicho) a cargo de cachacos y otras especies de extranjeros. La región costeña construida a partir de la irracionalidad en sus infinitas formas, y que no se explica sino con la ‘mamadera de gallo’ o con una borrachera fenomenal. Una de esas parrandas donde nadie se acuerda de la muerte. Toda nuestra vida social no sería susceptible de explicaciones, sino a lo sumo de esas intuiciones geniales que surgen con dos tragos y una dama de calidad enfrente.

La cultura no podría ser estudiada por extranjeros, cachacos, sociólogos o antropólogos, sino por alguien que se haya emborrachado previamente en el Paseo Bolívar. Lo costeño sería justamente eso: ‘mamar gallo’, ‘beber ron’, la ópera, el cuento. Todo se disuelve en la gracia y el folclor y esto tiene, y ha tenido en nuestra historia, consecuencias de la mayor gravedad. Con esto se busca, por ejemplo, quitarle legitimidad a la vida intelectual, colocarle a todo lo intelectual la etiqueta de ‘cachaco’, ignominia máxima en el Caribe colombiano. La tristeza sería cachaca y la alegría costeña, como en todo buen almanaque.

Por otra parte, sabemos por el inolvidable Marcos Pérez Caicedo que “el error no viene solo” y que cercenar de cualquier manera la vida intelectual es una manera de debilitar los fundamentos de cualquier sociedad moderna: La educación, por ejemplo, que es la debilidad más protuberante del Caribe colombiano, cuya baja calidad es reforzada por el escaso prestigio que tienen los docentes en nuestro medio. La falta de vida intelectual debilita la previsión racional, la planeación que se convierte en ejercicio burocrático; y toda posibilidad de analizar y resolver problemas sociales. Tal vez por eso es que entre nosotros nunca se resuelven los problemas sociales, sino que se acumulan.

Y todo el mundo fresco porque lo contrario es ser trascendente, o peor,
exponerse a que le digan que parece cachaco y ciertamente nadie quiere eso.

Se pierden los hábitos laborales modernos (la ‘calidad del trabajo’ a la que se refieren nuestros empresarios) que dependen de una concepción trascendente del trabajo humano. Hábitos que de nada sirven en el contexto no competitivo del ‘modo de producción folclórico’. El ‘trabajo bien hecho’ se convierte, tristemente, en patrimonio de otros. Se pierde la posibilidad de control social en actividades como la criminalidad y la corrupción; que demandan trascendencia e intransigencia. Se pierde también la idea de la sociedad conformada por seres laboriosos, meditativos, con valores, concentrados en lo suyo, trascendentes en lo trascendente y frescos en lo fresco. Que sería una noción más aceptable de la ‘costeñidad’.

Por el contrario, la sociedad del ‘modo de producción folclórico’ le rinde culto a la especulación antes que al ser metódico, al ser ‘vivo’ antes que al ser responsable. Al instante y la velocidad antes que a la persistencia y el largo plazo. En décadas pasadas muchos costeños abrazaron el espejismo de la droga, obsesionados por ese imposible moral: ‘el dinero fácil’. Persiguieron quimeras, abandonaron las actividades productivas y se arruinaron. He visto por la calle a muchos ex marimberos en bicicleta. Legados de nuestra historia ligada al contrabando, ciertamente, pero también producto de la intrascendencia.

Pero no se vayan, lo peor está por llegar: ¿se imaginan Uds. a la dirigencia costeña en este cuadro? Seré breve por amor a Dios. Con excepciones en el pasado y presente, nuestras clases políticas son justamente célebres por su pragmatismo (“van con todo” siempre que vayan bien) y su bajo nivel intelectual. Esto incide en sus proyecciones y propuestas. Y convierte a sus discursos en colecciones pintorescas de lugares comunes. De resto hagámonos los locos. ¡Olvidemos por un instante todo lo que andan diciendo de nuestros líderes!

EL CARIBE: “MI NACIÓN ES MI IMAGINACIÓN”
“Mi nación es mi imaginación”, dice Derek Walcott, un gran poeta antillano. ¡Que hermosa presentación del Caribe! Significa que somos de los flujos eternos y los viajes extraordinarios. El carácter diaspórico del Caribe (todos vienen de otra parte con la marca de una historia de rupturas violentas) y sus procesos de negociación y cambio entre distintas culturas.

La imagen de Walcott muestra una ventaja decisiva, una tendencia que debemos fortalecer a futuro. El Caribe como una sociedad internacional desde siempre. Una región con perspectiva moderna, una economía marcada por la presencia extranjera. También por una movilidad incesante que implica atravesar de modo permanente fronteras geográficas, sociales y lingüísticas.

Todo contribuye a la formación de mentalidades cosmopolitas, capaces de asimilar las influencias del mundo globalizado. De integrar al Otro porque en parte también son el Otro. Como en el carnaval donde el disfraz se encarga de atraer polos distantes cuando no opuestos. El encuentro del calor humano, la democracia, la tolerancia, la creatividad, en fin, la inteligencia costeña por decirlo de alguna manera.

Aquí la metáfora es importante: el encuentro de distintas culturas en condiciones de libertad permite concebir la trascendencia en el azul profundo. Permite concebir una identidad entendida como un concepto dinámico que cambia con las circunstancias históricas, con la percepción y la experiencia y con el reconocimiento otorgado por otros. Un proceso consciente, racional, trascendente, la narración sobre mis orígenes y sobre quien soy, el pasado a descifrar y el futuro a construir.