Los asaltos del Carnaval :
un evento social extinguido


POR: JAIME COLPAS GUTIERREZ, *Profesor Uniatlántico


Tomado de EL HERALDO dominical, 10 de febrero de 2002.]

El proceso de formación histórico del Carnaval de Barranquilla como fiesta para todos los sectores sociales, donde participaban pobres y ricos con un jolgorio lleno de imágenes y textos simbólicos (Rey Sinning, Edgar. El Carnaval, La segunda vida del pueblo. Bogotá. Plaza & Janés. 2000.), está asociado como señaló la antropóloga Nina de Friedeman al contexto de una Barranquilla en proceso de crecimiento, y en su organización festiva participaron hombres prominentes del comercio y la administración local (Friedemann de, Nina S. Carnaval de Barranquilla. Bogotá. Editorial La Rosa. 1985. P.50.), vinculados a una élite social diversa y regional que se solidificó durante los decenios finales del siglo XIX y las tres primeras décadas del XX.

Es natural que su gestación también fue influenciada por el contexto nacional caracterizado por los efectos nefastos de las cruentas guerras civiles de 1885, 1895 y 1899-1902, los que condicionaron el utillaje mental de la nomenclatura simbólica de los principales eventos del carnaval como la Batalla de Flores, Conquista, Asaltos, y muchos lustros después, la Gran Parada (1970), bautizados por sus actores —quizás— para mofarse del oprobioso espíritu guerrerista que impregnó la vida colombiana por la lucha entre liberales radicales y conservadores del país andino.

En este estadio cronológico, la elite social asumió el control del Carnaval popular que comenzó, según el Zar del Carnaval don Pedro Vengoechea, en 1870 cuando se fundó la danza del Garabato, y se fortaleció con la fundación de las danzas del Congo Grande (1872) y el Torito (1878) (Entrevista a Pedro Vengoechea. Diario del Caribe. 23 de febrero de 1974.), símbolos de la vieja rivalidad entre los guapachosos barrios de arriba y abajo.

Para 1881, en plena euforia del proyecto reformador de Rafael Núñez, la élite barranquillera domesticó este carnaval popular lleno de gracia, befa, risa y bullerengue, convirtiéndolo en una fiesta simbólica de todos y para todos, cuando se promulgó el decreto (bando) que designó a Enrique de la Rosa como su primer rey (personaje-simbólico que preside la festividad).

A comienzo del XIX era notorio la separación palpable de las festividades de la élite y la barriada popular, en donde las normas de socialización y pertenencia al sector social elitista, hallaban en esta fiesta pagana un insumo social ideal para identificarse y distanciarse de la mascarada y el frenesí danzante de la cultura popular ( Nina de Friedemann. Op. Cit. P.54.). Son estas las razones que justifican las solidaridades (Duvignaud, Jean. La Solidaridad. México. Efe. 1990. P.162.) de los “Asaltos del Carnaval” como emblema, rango, distinción y pertenencia al grupo social dominante.

Según el cronista del carnaval Alfredo De la Espriella, los Asaltos más famosos se escenificaron en las lujosas mansiones de José Francisco Insignares, Arturo Fabio Manotas, Tirso Shemell y Pedro Pérez, quienes en cada temporada del carnaval preparaban tres asaltos, en que abrían su espacio familiar a sus amistades sociales, empleados y al pueblo elector (Entrevista con Alfredo De la Espriella. Museo Romántico. 16 de enero del 2002.). En años cincuenta esta experiencia carnavalesca se hallaba en vía de extinción por los cambios en las normas de comportamiento de la élite social, el empobrecimiento de viejas familias protagonistas de los asaltos, y a los desmanes cometidos por los ebrios asaltantes que abusaban de sus mascaradas.

Finalmente, queremos mostrar una amena crónica de un Asalto carnavalero en la temporada de 1913, donde el anónimo observador y colaborador del diario El Progreso, primer bidiario de Colombia (Véase: Colpas, Jaime. “Breve Historia de El Progreso de Barranquilla 1904-1915”. En: Prensa, desarrollo urbano y política en Barranquilla 1880-1930. Fondo de publicaciones de la Universidad del Atlántico. 2000.), describe amenamente el entramado social de esta institución extinguida, así:

“El lunes tres de los corrientes, mediante la iniciativa de varios caballeros se dio un espléndido asalto a la lujosa mansión del señor don Edmund Capmartín. Atendidos los asaltantes por doña Dilia de Capmartín, quien hizo gala de su genial cultura, con gran derroche de Champaña, y entre las armonías claras y vibrantes de una orquesta bien organizada y dirigida, se dio principio al baile a las 2 pm. A la refinada espiritualidad de las damas, entre las cuales recordamos a la bella Laura Armanda Ortega, a las festivas y encantadoras Conchita Abigail y Sarita Salas, a la graciosas Diana y Elisa Vaseaur, Elvira Rosa García Herreros, Ramonita Bermúdez, Clara Raquel Zabaraín y a Rita Capmartín, sobre quien caían las miradas de simpatía y el flechar de corazones impresionados en aquel festival deliciosamente impresionante, en donde se dieron citas los rostros tersos y sonrosados de vírgenes que presagian las alegrías de la vida con toscas mascaradas de carnaval, se unía al entusiasmo de los jóvenes concurrentes. Entre las señoras distinguidas recordamos a doña Isabel de Bermúdez, a doña Irene B. de Salas, a doña Carmen B. De la Espriella, a doña Enriquita de Brusse y a doña María de García Herreros. A las 8 pm. se despidieron los asaltantes, en medio de los brindis repetidos que fueron obsequiados por el señor Capmartín ( Mirón. Crónica Carnestoléndica. El Progreso. Barranquilla. 10 de Febrero de 1913. No. 2371.).

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