CRONICAS DEL CARNAVAL

“Por fortuna, después de más de seis días de fiesta
en que se confunden todas las clases sociales,
no tenemos gran cosa que lamentar”
El Heraldo, 23 de febrero de 2003


Por Jairo Solano Alonso
Sociólogo Magíster en Sociología, U. de Antioquia, Magíster en Dirección Universitaria U. de los Andes, Profesor Investigador CSIC, Universidad de Valencia (España) Director de Ciencias Básicas y Humanidades Universidad Simón Bolívar.


En el último tercio del siglo XIX, Barranquilla ya había cimentado un conjunto de valores de convivencia en un marco predominantemente citadino. El examen sociológico de las expresiones culturales y en el marco de estas el carnaval de Barranquilla, debe estar presidido por la aclimatación de criterios de urbanización y modernización que hicieron de la “Arenosa” un entorno cosmopolita y gestaron la adopción de esta fiesta europea asumida como propia por el conjunto social barranquillero.

El examen del carnaval de Barranquilla en el período indicado, nos revela diversas estructuras invariantes de orden sociológico y cultural que permanecen en el tiempo y son el sello característico de la fiesta.

CARNAVALES DE 1873

A pesar de las duras circunstancias que atravesó la ciudad por la Epidemia “El Trapiche” de 1872, los barranquilleros hacia 1873, no deponían su espíritu festivo por ello no sorprende la mención en esa época previa a las fiestas carnestoléndicas: Decía el cronista: “Se sienten ya los susurros del carnaval, la bullita del Dios Momo, todos se preparan para sus bailes que siga la parranda”. No obstante se celebraban bailes como de primera segunda y tercera, para los distintos sectores sociales.

Se menciona del “Gran Sarao” en la casa de la familia Arjona y las señoritas Santo Domingo Vila.

Precisamente en El Promotor de la época de carnaval en 1873, se editorializa comparando nuestra fiesta con otros carnavales del mundo lo que implicaba acentuar su autonomía: “Aquí en Barranquilla la cosa es diferente y no tendremos las gratísimas diversiones que en Italia pero tampoco los frenéticos arrebatos de Caracas, sin embargo bueno será que tratemos de enmendar ciertos abusos que cometemos en el carnaval para que nuestra fiesta quede mejor”. El escritor criticaba la pintura forzada especialmente por respeto a las damas e invitaba al jolgorio del baile.

“En cuanto a bailes, muy bonitos y animados son los que en tiempo de carnaval se efectúan aquí, pero más lucidos y bonitos quedarían si las mascaritas guardaran más compostura y los disfraces fueran más decorosos”. Parece advertirse en artículo que algunos disfraces escapaban al control social ejercido desde la cúspide.

CRONICA DE 1881

En 1881 el periódico de la entrega siguiente a la fiesta hace el balance de esta: “Ha terminado el carnaval y con él la locura y la anormalidad, hemos asistido a casi todos los salones de baile y en ellos encontramos el mejor buen humor cordialidad y cultura, signos que marcan el grado de civilización de esta ciudad”... “Por fortuna, después de más de seis días de fiesta en que se confunden todas las clases sociales, no tenemos gran cosa que lamentar”.

La participación de la mujer también es evidente como conquista que presagia la modernidad. El cronista de 1881 dice: “En los bailes de carnaval cuando la mujer cubierta con el disfraz adquiere libertad completa para expresar lo que siente y manifestar lo que desea efectivamente es la “república de las mujeres” puesto que “ellas pueden emplear impunemente la burla y el coquetismo”. Por lo demás la mujer siempre fue la verdadera atracción de los bailes y se daba el lujo de elegir su parejo para los tres días o aceptar “baratos”.

CRONICA SOBRE EL CARNAVAL DE 1888

La Crónica parte del reconocimiento que “el carnaval es la gran fiesta de esta ciudad”. Se asume el carnaval como propio, sin evocar influencias ya que como nota característica, el barranquillero “para festejarlo se siente complacido de que sus amigos le invadan su morada: “Se dispone de la casa del amigo y allí se baila y no hay quien se oponga”.

La pluralidad social y cultural ya se admite expresamente en disfraces e instrumentos musicales: “Aquí se presentan los indios, allá los negros, mas allá un grupo de danzas obstruyen la calle al son del tambor o de la gaita”. La diversidad racial también hace parte de la ascendente urbe en tránsito a la modernidad: “Todo en conjunto hace de la ciudad una especie de Babilonia que tanto en el inglés, como en el alemán, el francés como el yanqui, el rico coincide con el pobre, todos confundidos concurren con una cordialidad poco común, no solo a dar a la fiesta gran animación sino para mostrarnos ante el transeúnte como un pueblo civilizado que sabe comportarse en los momentos de goce”.

Se exponía la filosofía de la fiesta: “El Domingo, Lunes y Martes han sido días de plena parranda, acabó la seriedad de unos y el mal humor de otros; la absoluta confianza entre todos es el gran distintivo del carnaval de Barranquilla.

LA ANTESALA DEL CARNAVAL

Desde entonces el Sábado se perfilaba como la víspera institucional de la fiesta, en el Camellón, las señoritas arrojaban a la cabeza de los espectadores “profusión de diminutos y dorados papelitos” y el júbilo exaltado de los barranquilleros ya suscitaba la admiración de los visitantes nacionales y extranjeros que desde entonces ya confluían a la celebración anual amenizada con bandas y disfraces que invitaban al regocijo matutino. Ese fue el embrión de la batalla de flores.

La paz era el valor fundamental de Barranquilla, por ello destacaba el cronista, “a diferencia de los campos de batalla entre compatriotas los habitantes todos de esta localidad unidos en fraternal abrazo se entregaban por completo al goce y al placer”...Esta comunión social era evidente puesto que “Desde las cinco a.m. pululaban las partidas de negros indios guajiros comanches y apaches, perros, tigres y monos todos alegres, todos bulliciosos y lo que es aún más grato, todos tolerantes”.

LOS BAILES DE FAMILIA

Las familias acaudaladas se esforzaban por ofrecer el mejor baile, en aquel año Don Jorge Cholets, la señora Ana Ramón de Salcedo, el señor Eduardo Gerlein, Rita P. De Palacio y el señor Pedro Noguera, competían en atenciones al compás de numerosas bandas de día en las casas y de noche en los salones. La atención concedida a la construcción de los salones hace que estos superen en concepto de “Burreros” tan publicitado actualmente, porque se ponía gran cuidado en su decoración: “El domingo de febrero de 1888 se realizó un gran baile en el admirable salón hecho al efecto por el contratista don David Pereira cuyo aspecto antes de comenzar el baile era completamente encantador”.

La calidad de los disfraces denotaba la prestancia de estos salones. Se hablaba de “señoritas admirablemente disfrazadas de papagayos, de grupos de tribelinas, de estudiantes de Salamanca, de damas de la época de Carlomagno, de atuendos chinos y japoneses, gran número de dominó, Damas Florentinas de Renacimiento, y hasta de caballeros vestidos de tétrico frac”.

De otro lado, la pintura era generalmente aceptada: “Era de verse el espectáculo que ofrecían los hombres más serios de esta ciudad completamente pintados de verde azul y colorado, aquello fue un verdadero furor una fiebre de entusiasmo en que tomaron parte los señores Vengoechea, Rodríguez, Echeverría, Vives, Sojo, Insignares, Carbonell, Espriella, Castro, Salzedo, De Castro Rada, en fin toda la gente respetable que estuvo en esas mañanas locas de entusiasmo y alegría”.

EL MARTES DE CARNAVAL

Con mucho pesar se llegaba al martes con los lamentos y pesares, esta sensación inexplicable de soledad que invade al barranquillero se expresaba entonces en la pluma del cronista que se ocultaba bajo el seudónimo de CEDA : “Nosotros también nos retiramos, fatigado el cuerpo, sin una ilusión en el alma, sin una esperanza en el corazón y lo que es peor, sin un recuerdo en el pensamiento”.

BAILES DE PRORROGA El cronista de El Promotor se ocupa seguidamente de los bailes llamados de Prórroga, que eran tres en la semana posterior al Carnaval: El baile final de Prórroga era llamado de “piñata” que rompían algunos caballeros a las doce de la noche cuando solía designarse a los que debían dar el baile del próximo año “y que todos esperábamos”.

El cronista Ceda, concluye nostálgico: Con este baile había terminado el carnaval. Pero, no, decimos mal el carnaval no ha terminado pues el mundo no es otra cosa que un perpetuo carnestolendas donde cada cual se presenta con la máscara que mejor le sienta”.

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