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Fotografia tomada de la Revista SOHO

HISTORIA DEL PENE Y ALEDAÑOS
Un viejo y popular romance colombiano encuentra complemento reciente en un libro académico de Estados Unidos; allí se cuenta la historia cultural del órgano sexual masculino. y, detrás del pene, Samper Pizano.

Por:Daniel Samper Pizano
[Tomado de REVISTA SOHO]

Cuando yo cursaba los duros años de bachillerato, corría por los colegios un romance urbano, anónimo y procaz titulado "Historia del pene y aledaños a través de los siglos y los años". Era un larguísimo poema en pareados cojos -la mayor parte eran endecasílabos, pero de vez en cuando aparecían versos de doce y hasta de trece sílabas- que recitaban algunos estudiantes de manera fragmentaria. Su comienzo es bien conocido: En tiempos de bárbaras naciones se usaban hasta el suelo los cojones.

Pero luego, en la edad de las cavernas
los cojones llevábanse a las piernas.

Al cabo de pocos versos más, el poema se ocupaba directamente del adminículo protagonista:

Los asirios, que fueron muy valientes
se agarraban el pene con los dientes

Después, según la capacidad de memoria del juglar, era más extensa o menos larga la sarta de acontecimientos históricos interpretados bajo una lupa sexual, a veces ingeniosa y casi siempre de deliciosa grosería. Como lo indicaba el título, tratábase de un recorrido milenario cuyo mayor solaz eran los tiempos bíblicos. Copio enseguida algunos trozos, escogidos de modo que hieran lo menos posible la sensibilidad de los novicios que leen SoHo:

Noé, borracho, que en la historia asoma
tuvo fe inquebrantable en la paloma.

Es verdad que la vara de Moisés
hizo gotear el agua alguna vez.

Diéronle a Salomón ciencia infinita
los dulces polvos de la sulamita.

En el púdico pueblo de Gomorra
fue común el marica y la machorrra.

Al cabo de un zigzagueante recorrido por el Antiguo Testamento, el romance atracaba en pueblos arcaicos

"Por ser fieles esclavos los ilotas/ a sus amos cargaban las pelotas"

recordaba personajes ilustres

"Y cuentan que en la Persia musulmana/ Cambises se acostaba con su hermana"

enseñaba doctrinas

"Sócrates predicaba el onanismo/ con la frase 'Conócete a ti mismo'"

abreviaba biografías

"San Francisco, varón humilde y sano/ al pájaro llamaba fiel hermano"

promovía la cultura

"La Divina Comedia por delante/ y por detrás representaba el Dante"

glosaba grandes fechas históricas

"Los españoles gozaron un montón/ descubriendo las Indias de Colón"

y, con glorioso timbre, se ocupaban también del pasado de la Patria:

Se cuenta que el cacique Nemequene
azotaba a las indias con el pene.

Refieren que el ilustre sabio Caldas
flora encontró debajo de las faldas,
y sin descanso ejecutó Nariño
los "derechos del hombre" desde niño.

Simón Bolívar, genio consagrado,
fundó la orden del cojón rayado.

El romance, como vengo diciendo, era anónimo y en él se adivinaba la participación de muchas manos. En aquellos tiempos yo supuse que se trataba de un poema contemporáneo. Pero me llevé enorme sorpresa un día en que, procurando recomponer los versos con algunos amigos, mi taita, que nos oía, enriqueció la velada con no menos de ocho o diez pareados que él había aprendido siendo un colegial en los años veinte. Esto quiere decir que la obra podría superar ya el centenario.

Volví a saber del popular poema a mediados de los años sesenta, cuando Jaime Aguilera, un antiguo condiscípulo que ocupaba la secretaría de gobierno de Bogotá, llamó para anunciarme el envío de un regalo. Cada cierto tiempo, me dijo, las damas y damos de la Acción Católica protestaban por una supuesta "ola de pornografía escrita" que "ahogaba" a Bogotá; entonces la alcaldía mandaba a recoger en los quioscos unos cuantos folletos seudocientíficos y un centenar de revistas de señoritas semidesnudas, y exhibía el decomiso ante la prensa, para aplacar así la conciencia de estos píos ciudadanos que velaban por la castidad de la juventud bogotana.

El regalo de Aguilera habría fascinado a cualquier representante de esa juventud. Era un panfleto de execrable tipografía y título altamente prometedor: "Historia del pene y aledaños a través de los siglos y los años". ¡El famoso romance oral había hecho tránsito a la literatura impresa de Colombia!

Conservé el delicioso cuaderno en mi cajón de joyas de la poesía, al lado de "Arroyo de amor" y los poemas del reverendo Ruiz2. Pasó mucho tiempo. Y en 1982, al morir el poeta Arturo Camacho Ramírez, su hijo, el ex embajador Julio Andrés, aficionado al género de poesía chueca, me envió fotocopias de un tesoro que había hallado en la mesa de noche del bardo. Eran ocho hojas escritas a máquina y corregidas a mano que recogían numerosos versos de la legendaria saga del pene y sus vecinos.

Comenta al respecto el ex diplomático: "Se trata de una creación colectiva que fue haciéndose en la época del teatro de la Radio Nacional, y hay en ella aportes muy penetrantes de Otto de Greiff, Hernando Vega Escobar, Hernán Mejía y creo que también de Álvaro Mutis".

Entre los 364 versos recogidos en los papeles del autor de "Luna de arena" figuraban muchos que conocíamos desde el colegio, en versiones exactas o cercanas. Pero florecían también ingeniosos y cultos aportes de Camacho y compañía, como los siguientes:

A los acordes de "La Marsellesa",
hubo en Francia fruición por la "cabeza".

Con su Sexta y Novena, que conmueve,
Beethoven inventó el sesenta y nueve,
mientras Chopin, buscando un útil fin,
murió por el abuso del violín.

Herrera Benjamín, sin un alegro,
llevaba en la bragueta un "Palonegro".

El penúltimo pareado revelaba la data aproximada del documento:

Y con Eduardo Santos a conciencia
todos practican hoy la convivencia.

Era, pues, el cuatrienio 1938-1942. En esa época, Ramírez y sus amigos andaban entre los veinte y los treinta años de edad, y tenían fresca la memoria de sus romances de adolescencia.

¿Quién iba a pensar que yo me toparía, años más tarde, con un tratado semejante, pero esta vez completamente en serio e iluminado por un enfoque antropológico? Así ha sido. Hace pocos meses descubrí en Nueva York el libro A Mind of its Own, de David M. Friedman, cuyo seductor subtítulo reza: "Una historia cultural del pene" . Ahí estaba otra vez la biografía del pene y aledaños a través de los siglos y los años, pero ahora en prosa y con el aval académico de 34 páginas de glosas como las que, para no ser menos que el periodista gringo autor del texto, salpico en este artículo.

Lo compré sorprendido, lo leí encantado y ahora procedo a reseñarlo.

II

"Desde los comienzos de la civilización occidental el pene ha sido más que una parte del cuerpo -sostiene Friedman-. Ha sido una idea, una medida concreta del lugar del hombre en el mundo".

Antes que nada, fue una expresión divina. Para los sumerios simbolizaba la misteriosa naturaleza del universo, encarnada en el dios Enki, un semental cuya eyaculación creó los ríos Tigris y Éufrates: los mismos que después aparecen ubicados en el Paraíso Terrenal de la Biblia. Si en el judeo-cristianismo la creación se produce por un soplo de Dios, en la religión de Sumeria el poderoso pene divino es causa eficaz de todo. Por eso el cántico a Enki termina diciendo: "¡Alabado sea mi pene!".

También ocupaba un lugar sagrado en Egipto. El principal mito de la cultura faraónica gira en torno a Isis y Osiris, dos hermanos que reinan en los tiempos primigenios del mundo. Cuando el cadáver de Osiris es arrojado al Nilo, Isis lo encuentra. Lo único que no aparece nunca es el venerable pipí del faraón.

En Egipto este órgano tiene visos divinos, pero también humanos. Quizás por primera vez se vuelve símbolo de virilidad, valor, espíritu guerrero. Cuando el faraón Merneptah venció a los libios en el año 1200 a.C., su parte de victoria se concretó en las siguientes cifras:

Penes cortados a generales libios: 6 Penes cortados a soldados libios: 6.359 Sicilianos muertos, penes cortados: 222 Etruscos muertos, penes cortados: 542 Griegos muertos, penes entregados al rey: 6.111

En total, el botín sumaba 13.240 penes descuajados de sus dueños. Lo que hicieron con semejante trofeo no lo relata la historia.

La religión judía se basa en una alianza entre Yavé y el pueblo escogido. El símbolo de esta relación es una tajada de prepucio. La circuncisión resulta casi tan antigua como el pene, y el historiador griego Herodoto atribuye el extraño rito y roto a los egipcios. El libro de los muertos, base de mitología de ese pueblo que levantaba pirámides, cuenta que Ra (dios asiduo de los crucigramas) se rebanó a sí mismo el capuchón.

Los judíos imitaron la ceremonia, aunque sustituyeron el hágalo-usted-mismo de Ra por la mano maestra de los rabinos. En la Biblia aparece más de un sangriento tijeretazo, pero también otros pueblos que nada tienen que ver con el Viejo Testamento, como ciertas tribus australianas, descubrieron que podían hacer la misma pirueta y atribuirle un sentido religioso.

El más famoso circunciso de la historia es, por supuesto, Jesucristo (tal acto es lo que se celebra el primero de enero, por si no lo recuerdan). El prepucio del Divino Niño fue durante siglos una prenda tan buscada como el Santo Grial. Más de una docena de iglesias europeas reclaman ser las poseedoras de la inquietante reliquia. Un trozo marchito de piel que se adoraba en la de San Juan de Letrán, en Roma, fue robado en 1527 y apareció treinta años después. Es difícil saber si aquel primer objeto de veneración era el trozo despellejado al recién nacido; más difícil aún parece imaginar que es el mismo recuperado tres décadas más tarde; y resulta imposible creer que todos los prepucios alabados pertenecen al pene de un mismo niño. Ni siquiera al de un adulto bien equipado.

A diferencia de los egipcios, los griegos detestaban la circuncisión. Por el contrario, les parecía horrible el glande descubierto y conferían importancia al total cubrimiento de la cabeza del pene. Para conseguirlo, tiraban hacia adelante del prepucio y, una vez encapsulado el glande, ataban el racimo con una cuerda. A esta maniobra se llama "infabulación". Niéguense a ella los lectores prudentes, salvo que les vaya la vida de por medio.

También en Grecia el pene fue símbolo de proximidad a la inteligencia divina. Sin embargo, el tamaño no tenía la valoración que tuvo antes y tiene cada vez más en nuestro tiempo. Más que un pene grande, había que tener un pene armónico. Por eso los griegos se burlaban de los extranjeros dibujándolos con falos enomes. En el pene armónico -ese sí el "bonitico" de Klim- residía un conjunto de virtudes dignas de encomio denominadas arete: valor, justicia, honestidad, fuerza... Como el homosexualismo era costumbre aceptada en determinados círculos de Atenas, el sexo fue el medio de iniciación del joven en el arete. Cuando un hombre maduro (erastes) penetraba a un efebo, se entendía que estaba transmitiéndole tan abstractas virtudes por la concreta vía del semen. Así eran de astutos los erastes griegos.

Los romanos nunca pudieron aceptar que la hombría se transmitiera de semejante guisa. El verdadero vir romanus no aceptaba esta clase de jueguitos, y menos por el sitio que fascinaba a los griegos. El pene era, para los latinos, la encarnación del macho protector. Por eso Príapo, que lo tenía de talla XXL, era el más popular de los dioses. Una pequeña estatuilla suya con su desmesurado aditamento adornaba muchas propiedades romanas: él era el encargado de custodiarlas.

El cristianismo dio una voltereta al concepto cultural que se tenía del pene como símbolo de poder y vigor. Friedman atribuye a San Agustín (354-430) "una visión negativa de las erecciones y el semen" que convirtió el sexo en horrible pecado. De ser el motor de la especie y el dios de la multiplicación, a partir del siglo V pasó a ser corruptor del género humano, y objeto de escarnio y vergüenza. Tanto llegó a influir esta idea cristiana, que entre el siglo XIII y el XX prácticamente desapareció el pene de la iconografía occidental. Un David desnudo era objeto de escándalo; la Capilla Sixtina cubrió de pintura las zonas pudendas de sus figuras. Se castigó toda conducta que no condujera estrictamente a la reproducción (aún se castiga) y Teodoro de Canterbury llegó a decir que el peor crimen, más grave aun que el asesinato, era "llevar semen a la boca".

El Renacimiento se enfrentó a esta idea con un concepto nuevo que tuvo en Leonardo da Vinci a su más sabio difusor: la secularización del pene. Ni demonio ni dios: al órgano masculino corresponde verlo como una parte del cuerpo digna de ser auscultada científicamente. Desde el siglo XV hasta la escuela flamenca del XVII, el pene fue materia de estudio anatómico, disección, medición y examen. La culminación de la idea científica del pene es el descubrimiento de los espermatozoides. En 1.677 Anthony van Leeuwenhoek los divisa en un microscopio y los describe en su cuaderno, aunque ignoraba la misión exacta de esos -animalículos- cuyo tamaño era tal que "un millón ocupaban menos que un grano de arena".

Al alborear el siglo XX, Sigmund Freud revolucionó la idea del pene y lo esgrimió como expresión de la complejidad de la mente. Armado de su cigarro de fálico perfil, Freud identificó al pene como fuente de todos los temores y angustias humanas. En las mujeres, porque lo envidiaban; en los hombres, porque temían perderlo. Sesenta años después, las mujeres ya no lo envidiaban, sino que lo acusaban de imperialista. El movimiento feminista renegó de él, hasta el extremo de considerarlo innecesario; afirmaba que el vibrador era capaz de sustituirlo con insobornable paciencia y mayor éxito, pues las mujeres confesaban ahora que solo coronaban con orgasmo en tres de cada siete ocasiones.

El progreso de la bioquímica ha abierto desde hace cuatro o seis lustros una nueva etapa social del pene. Ya no es fuente de angustias ni símbolo de dominación. Ahora es una fascinante palanca a la que puede brindarse auxilio a la hora de cumplir su misión de erguirse cuando corresponde. Pelé sigue metiendo goles, esta vez contra la disfunción eréctil. En 1982, el médico francés Ronald Virag inyectó por error papaverina en una arteria que conducía al pene. El resultado fue una erección que se prolongó por dos horas. La dulce chiripa científica abrió la era de los fármacos capaces de obtener trabajos extras y más duraderos en la presa que enorgullecía a Príapo. La cirugía se encargó de instalar diminutas estaciones de bombeo, y los avivatos de ofrecer por internet durezas imposibles y alargamientos utópicos. En esa etapa estamos: el pene mecánico y la posibilidad de controlar artificialmente al más caprichoso de los servidores del hombre, que se sienta cuando debería ponerse de pie y a veces, levantado, nos hace quedar mal. Una pieza anatómica, en fin, "con ideas propias".

"La historia de la relación hombre-pene tiene todos los elementos de una superproducción de Hollywood -concluye el autor-: sexo, conflicto, misterio, religión, héroes, villanos, dinero, tecnología avanzada. Ahora, gracias a la industria de las erecciones artificiales, esta relación podría llegar a tener lo que toda película épica: un final feliz. Y, como dijo el poeta anónimo, cachaco y colectivo:

Tal es, desde tiempos ancestrales
la historia de las partes genitales