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CULTURA, POLÍTICA E INTEGRACIÓN CARIBEÑA
Reseñado por: © Jorge Bracho
Especial para CARIBANIA_magazine

Quienes se han dedicado a reflexionar y estudiar el espacio territorial conocido con el nombre Caribe, han intentado definir una vasta y compleja extensión con fuertes rasgos de heterogeneidad. Ésta viene marcada por un desarrollo histórico de gran complejidad donde confluyen distintos matices lingüísticos, grupos étnicos variados, tendencias religiosas disímiles y sistemas político-económicos diversos. De acuerdo con Lara López, el primer nombre que proporcionaron los conquistadores, en el siglo XVI, al Caribe Insular fue el de Antillas, denominación que apareció de manera escrita en la Carta de Navegación o Cantina de 1502.

Si los colonizadores ibéricos prefirieron el término Antillas, los colonizadores ingleses, en cambio, optaron por la denominación Caribby islands, con la que se refirieron a sus posesiones ultramarinas, aunque en los últimos tiempos se utilice con preferencia la de West Indies. Por otro lado, las voces Islas Caribe, Caníbales o Caribana y tierra Canibalorum sugieren la presencia del grupo aborigen conocido con el nombre Caribe, el que fue de presencia mayoritaria antes de la aparición ibérica en este espacio insular.

Es una verdad reconocida que los intentos por definir la región del Caribe se relacionan con el colonialismo europeo y estadounidense, en los últimos años. Del mismo modo, las diferentes acepciones adoptadas respecto a la región caribeña se encuentran plagadas de una fuerte carga ideológica. Desde esta perspectiva los intentos por definir el Caribe como región pueden ser ubicados en las postrimerías del siglo XIX cuando los Estados Unidos de Norteamérica establecieron el nombre The Caribbean Region.

A partir del siglo XVI los colonizadores difundieron los términos de Caribe inglés, francés, holandés y español, de acuerdo con la potencia colonial que hubiese ocupado un espacio territorial bajo su férula. Con posterioridad la referencia se comenzó a hacer según la lengua que los colonizadores habían impuesto, independientemente de la existencia de dialectos diferentes entre los pobladores y los representantes de las metrópolis colonizadoras. En los últimos años se ha impuesto la denominación Caribe Insular donde convergen 28 entidades políticamente distintas, aunque en esta categoría se incluyen Belice y las Guyanas. A su vez, estos últimos junto con la América Central constituyen la cuenca del Caribe, término éste impuesto por los Estados Unidos de Norteamérica. Lo que se conoce como región circuncaribe incluye a todos los territorios bordeados por el mar Caribe, mientras el Gran Caribe incluye, además, a Venezuela, Colombia y México.

De los textos aquí tratados el que mejor pudiera establecerse como modelo, descripción o análisis de la heterogeneidad y complejidad histórica es el de Francesca Gargallo. En Garífuna, Garínagu, Caribe su autora señala que las distinciones entre la historia escrita ofrecida por los colonizadores que, en 1797, expulsaron a los Caribes negros de la Isla San Vicente y la que ofrece la memoria colectiva de los garífunas, demuestran dos percepciones contrapuestas de la historia. Una de ellas, mítica, donde se aprecia a los garífunas como un pueblo afro –arahuaco– caribe libertario; la otra, de corte colonialista, en la que se los define como salvajes antropófagos, indios rebeldes y esclavos cimarrones.

Gargallo añade que existe una confrontación historiográfica en torno al grupo étnico garífuna. Para un grupo de historiadores, especialmente, románticos aquéllos serían el corolario de los accidentes ocurridos con las embarcaciones de negros donde los primeros de éstos venían y que por motivos accidentales adquirieron su libertad. Otra concepción acerca de su origen, la más aceptada, según y como lo establece Gargallo, propone que los garífuna son originarios del mestizaje entre los Caribes de la Antillas menores y los africanos cimarrones que se escaparon y, a su vez, lucharon contra los colonialistas y esclavistas españoles, franceses e ingleses.

La nación Garífuna ha desarrollado sus actividades en la Costa Atlántica de América Central y en la Antillas menores, en los dos últimos siglos. Sus asentamientos, rutas de trabajo y navegación se hallan en Honduras hacia Guatemala, Belice y Nicaragua, entre finales del siglo XIX y 1940, y hasta Luisiana y Nueva York, en la segunda mitad del siglo XX. La nación Garínagu hoy en día se encuentra desplegada en poblados y rancherías de Nicaragua, Honduras, Guatemala y Belice, donde ocupan una ciudad, además de compartir espacios distantes entre sí en Luisiana, Nueva York, Chicago y Los Ángeles, en Estados Unidos de Norteamérica.

El pueblo de lengua garífuna muestra lo que sus pares étnicos en la región centro-americana y caribeña. Esto es, soportan una fuerte opresión económica y una exclusión de los ámbitos de gestión gubernamental. Sin embargo, en Belice han logrado alcanzar ciertas prerrogativas gubernamentales. Igualmente, los que hacen vida en Nueva York han logrado privilegiar elementos de su conciencia étnica marginados en los Estados –nación centroamericanos de donde son originarios.

Al igual que otros grupos étnicos originarios del Caribe, algunos garífuna han encontrado reconocimiento en el mundo de la música, como lo demuestra una variante rokera imbricada con bailes tradicionales conocida con la denominación punta–rock. Uno de los puntos de mayor altazor y que denota fuertes rasgos de analogía, entre los ocupantes del Caribe, se encuentra en la práctica musical. Ésta, de acuerdo con Lara López, comprende todo un plexo cultural concitado por la música, donde convergen músicos, bailadores, ritmos, instrumentos, circulación, venta y espacios territoriales donde se ejecuta lo musical.

Aunque López no se ocupe de la práctica musical en tanto eslabón de integración regional ofrece un amplio repertorio de variantes musicales, los cuales bien pudiesen servir de ejemplo de atravesamientos, interpenetraciones y yuxtaposiciones culturales propicias para ser convertidas en referentes identitarios caribeños. En este orden de ideas, la autora indica que la avenencia entre las culturas caribeñas se puede constatar a través de los ritmos musicales descritos por los cronistas coloniales. En efecto, durante el siglo XIX se concibió el merengue como un género pancaribeño, asimismo, los términos danza y merengue formaron parte del intercambio cultural regional.

Quizás el fenómeno que mayor ha contribuido con el intercambio musical sea la migración. Aunque ha habido fórmulas para hacer de algunos ritmos musicales referentes de identidad, tal como el mento jamaiquino. López refiere que este ritmo musical ejemplifica muy bien la capacidad de absorción de diferentes influencias musicales, así como la demostración de la existencia de lazos intracaribeños reforzados por las migraciones. El mento se emparenta con ritmos cubanos y el calypso, de Barbados y Trinidad, y melodías de Nicaragua, Panamá y Costa Rica.

Lara López demuestra, mediante la referencia de variados ejemplos, como la complejidad cultural se puede aprehender amén de la música. Tal es el caso del reggae que gracias a la difusión radial ha logrado calar en las distintas islas del Caribe y en tierra firme. Igual sucede con el calypso, el cual muestra puntos de contacto y las distintas influencias culturales que han estado presentes en las relaciones sociales, económicas y políticas de las sociedades caribeñas.

La complejidad cultural comprende también las fórmulas que se han venido desarrollando al interior de las sociedades caribeñas, donde y a partir de la descolonización, entre los siglos XIX y XX, se comenzaron a divulgar y establecer un conjunto de referentes para así crear sentidos de pertenencia. Tal es el caso del merengue cibaeño, el cual fue convertido por Rafael Leonidas Trujillo en un símbolo estatal y nacional (López: 103).

Las referencias a la identidad cultural y nacional son una constante entre los distintos analistas de las relaciones internacionales en el espacio caribeño. Quizás sea en los últimos veinte (20) años cuando más se haya discutido y reflexionado acerca de lo cultural y la identidad. La influencia de antropólogos, sociólogos y algunos historiadores han hecho posible el estudio de los diversos aspectos que han dado vida al conjunto de ideas, valores, símbolos y representaciones con las que se han venido recreando los contenidos de la identidad en la región del Caribe.

En la obra cuya coordinación correspondió al puertorriqueño Antonio Gaztambide y el cubano Rafael Hernández, la noción de cultura y la de identidad son las que en mayor proporción ocupan las líneas de los trabajos presentados en la misma. En este sentido, es válido mencionar que uno de los grandes bemoles con los que ha tropezado la integración del Caribe es el de los valores culturales que han sustentado las represen-taciones de la identidad en el seno de los estados caribeños.

Por otro lado, la cooperación, tal como lo demuestra la CARICOM, la Asociación de Estados del Caribe y el MERCOSUR, entre otros, ha sido más viable porque las representaciones identitarias no tienen mayor peso. Y no lo tienen porque su norte se asocia más con aspectos de orden político y culturales formales. Muy distinto a la búsqueda de una real integración donde intereses no sólo políticos y económicos se encuentran en juego, sino los propios valores con los que las naciones crearon la imagen de sí mismas.

Desde esta perspectiva, la regionalización que hoy busca marcar pautas dentro de lo que se denomina Gran Caribe forma parte de las respuestas frente a lo que se conoce con el nombre de globalización. Sin duda alguna, integración y, especialmente, regionalización remiten a la globalización. Siendo así no es exagerado aseverar que lo regional, en el espacio caribeño, insurge como un mecanismo para preservar soberanías políticas y conservación de herencias culturales ante la avalancha globalizadora.

Lo regional se relaciona con inéditas formas de integración entre espacios territoriales que pugnan por conservar valores, ideas, realizaciones y representaciones consideradas como parte de un desen-volvimiento histórico análogo. La regiona-lización constriñe la necesidad por encontrar estrategias de identidad con las que la cooperación y la integración sean más fluidas.

El cubano Rafael Hernández propone un conjunto de fórmulas que incluyen un desarrollo culto. Con esto intenta expresar que el problema cultural debe asumirse como herencia, tradición, comportamientos establecidos y mecánicas aprendidas. De igual forma, indica que lo económico debe ser pensado desde el espacio cultural, así como desde una variante donde se incluya la pluralidad, la diversidad y la descentralización estatal.

Las nuevas proposiciones en torno a la regionalización sugieren que las propuestas de cooperación e integración no deben estar concentradas en el ámbito estatal solamente. En este sentido, nuevos actores sociales han venido adquiriendo mayor protagonismo dentro del espectro de las relaciones internacionales. Lo que algunos estudiosos del Gran Caribe han denominado sociedad civil internacional, encuentra equivalencia con la emergencia de variadas Organizaciones no Gubernamentales (ONGs) en aras de la cooperación e integración caribeña.

Según Antonio Gaztambide, el término sociedad civil connota asociaciones libres cuyo funcionamiento se caracteriza por sus rasgos autonómicos ante los históricos Estados nacionales. Así vistas las cosas, las relaciones internacionales, bajo el influjo de la era global, no son potestad de los Estados nacionales tal como venía sucediendo hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. En los tiempos actuales son las comunidades étnicas, los grupos de género y nacionales quienes constituyen ese haz de relaciones. Estos últimos han venido desarrollando sus prácticas dentro de un marco de identidad cultural caribeña común.

El haz de negociaciones en aras de la cooperación e integración caribeñas han venido experimentando cambios en los últimos tiempos. Por ejemplo, en la década de los sesenta se hizo mayor énfasis en aspectos relacionados con la economía, la técnica y la tecnología, mientras que en los ochenta han insurgido propuestas tanto estatales como no estatales, es decir, de grupos no formales u ONGs que han incorporado a la agenda de negociación aspectos relacionados con el turismo, el medio ambiente y las migraciones, entre otros.

Desde esta vertiente de análisis no es posible obviar la percepción acerca del espacio cultural en virtud de su amplitud y polisemia, además porque lo cultural se encuentra plagado de versiones políticas y sociales. No es igual lo que los representantes estatales consideran como cultura frente a grupos no formales o representantes de ONGs.

Empero, lo que hoy se observa en el interior de los estudios acerca de la integración regional caribeña, equivale a una nueva forma de aprehensión del espacio cultural. Forma afín con una visión compleja del mundo y la mirada global, dialéctica e interrelacionada de las ciencias sociales del mundo de hoy. Asimismo, se aviene con la revolución cultural que implica nuevas modalidades organizativas de la sociedad civil, a saber: el indigenismo, la sexualidad, el medio ambiente y el reconocimiento de la diversidad en todos los órdenes de la vida social.

La cultura es hoy apreciada como una dimensión que concuerda con el patrimonio acumulado y en permanente renovación, además de creaciones materiales y espirituales, procesos de creación y creatividad de grupos sociales, artísticos intelectuales y científicos. Así como aparatos, industrias e instituciones que hacen posible el conocimiento y expresión de estos procesos. Es también la cultura, la forma más amplia e intangible de respuestas a la pregunta por el sentido de la vida, mediante creencias, saberes y prácticas.

De igual modo, la identidad se aprecia en tanto expresión cultural de la pertenencia a un espacio por parte de personas, individuos y colectividades, tal como lo propone Garretón. A la noción de identidad le son inherentes la autopercepción, la percepción, la relación entre actores sociales y la de éstos con el Estado, las instituciones, los partidos políticos y otras formas de organización. La identidad es percibida en la actualidad como un proceso temporal y como una construcción que se va configurando tanto por dinámicas endógenas como exógenas, así como por diversas miradas y perspectivas que provienen de los otros. De esta manera el concepto de identidad pierde su carácter primordialista y esencialista, apuntando hacia una dialéctica donde tradición y novedad se conjugan, al igual que se desdibujan las fronteras entre lo propio y lo ajeno, la coherencia y la dispersión, y lo que se ha sido ante lo que se pueda lograr ser.

Las ideas en torno a la identidad en América Latina y el Caribe han estado marcadas por la obsesión de encontrar un fundamento primordial desde donde se cree irradia la diferencia entre lo auténtico y lo ajeno. El mestizaje, el arraigo a la tierra, la dependencia económica, la etnicidad popular, el complejo de inferioridad, la autonomía nacional, ocupan un destacado lugar en los diversos discursos acerca de la identidad, porque a partir de estas distinciones se busca demostrar la validez y veracidad de lo propio. Lo que se busca demostrar es la existencia de una instancia original con la que los latinoamericanos puedan reconocerse a sí mismos como ocupantes de un espacio territorial afín.

Sin embargo, para Garretón las ideas alrededor de una cultura e identidad propias podrían concitar una concepción dual de la dinámica cultural regional. Por una parte, se presentaría la existencia de un núcleo cultural endógeno, de inherencia autóctona, de un estrato precolombino, indígena y rural incontaminados. Por otra, nos encontraríamos con un componente ilustrado, foráneo e importado. Garretón sugiere que desde tiempos de la colonia hasta la época actual, se han venido presentando un vasto y diversificado proceso de apropiación e integración cultural constante. Lo que desdice la existencia de un núcleo cultural incontaminado, puro y virginal. Siendo así, lo latinoamericano vendría a ser un espacio en constante hacer, jamás un fenómeno, hecho y acabado.

La centralidad estatal en el espectro cultural occidental fue la base para hacer del proyecto ciudadano un medio con el que se pasó por encima de todas las identidades particulares. Así se configuró la base a partir de la cual se generó todo lo relacionado con la nación. El Occidente, y quienes han basado sus proyectos culturales bajo su influjo, se consagró el derecho universal de igualdad, libertad y fraternidad. Aunque también el proyecto de nación moderno se hizo amparado en la destrucción, desconocimiento, exclusión, desvalorización de culturas e identidades particulares. De este modo, se impuso una idea de hombre–ciudadano a la que se subordinaron toda una diversa gama de identidades.

Identidades que contrariamente a lo pensado florecen a la luz de la era global. Bajo la influencia de ésta se ha intensificado un proceso de identificación colectiva en las sociedades modernas y ejecutado por los grupos etarios más jóvenes. Aunque viven entre lo que se difunde como propio y tradicional al interior de las comunidades nacionales, también experimentan los influjos de los mensajes massmediáticos que ofrecen la imagen de homogenización. Ésta se constata en el consumo televisivo, la vida en los grandes centros comerciales y el shopping donde jóvenes provenientes de distintos estratos sociales comulgan, igual sucede con las experiencias de los internautas, la música pop, la moda y la empatía con el melodrama.

Con el fenómeno de la globalización se han venido presentando rasgos de viejo cuño, así como fenómenos nuevos relacionados con el desarrollo tecnológico, la red satelital y la informática. Estos fenómenos han contribuido con la creación de un mercado económico y financiero mundial, en el que la producción se desterritorializa. Estos cambios, tal como lo apunta Garretón, ocurren conjuntamente con la configuración de una suerte de cultura internacional – popular en la que se encuentran sumergidos un contingente de consumidores de gran parte del mundo, quienes comparten información y estilos de vida homogéneos, con un imaginario multilocalizado constituido por los ídolos del cine hollywoodense y la música pop, los héroes deportivos y los diseños de ropa.

Por otra parte, con la pérdida de la centralidad política estatal la cuestión de las identidades aflora. El tiempo presente testifica como una serie de fenómenos que se creían extinguidos, como los regionalismos, los localismos, el problema indígena, los conflictos étnicos y de género, resurgen con nueva vitalidad. En el trabajo cuya coordinación estuvo a cargo de Manuel Garretón, se establece que la política fue un espacio de convocatoria de los ciudadanos, obviando así todo tema asociado con las diferencias culturales. Éstas quedaron veladas y subsumidas en las nociones de pueblo y ciudadanía. Por esto se dice que la nación cívica aplastó a la nación étnica. No obstante, cuando el espacio político ha cedido en su centralidad absorbente, insurgen las identidades que habían sido sometidas a un proceso centralizador con rasgos homogenizantes.

Cuando en la actualidad se habla de políticas culturales se hace referencia a un conjunto de actividades cuya finalidad se encuentra en la satisfacción de necesidades culturales, así como el de estimular el desarrollo del campo expresivo y simbólico y generar perspectivas compartidas de la vida social de las comunidades. El concepto de mayor relevancia, dentro del ámbito de las políticas culturales, parece ser el de interculturalidad porque el mismo apunta hacia una realidad de coexistencia histórica donde se imbrican varias culturas dentro de un espacio territorial determinado.

Dentro del concepto interculturalidad subyace la idea de hibridez cultural frente a la idea tan divulgada de mestizaje. Esto es así porque esta última se sustenta en un tipo cultural particular, de talante especialmente biológico y que no ofrece referencias a otras formas culturales. En este orden, de acuerdo con Garretón, la idea de hibridez se aviene con las fórmulas de interculturalidad, porque refiere imbricaciones, atravesamientos, interpenetaciones y mezclas entre variadas formas culturales con referencias no sólo biológicas, como se constata en la hibridación entre oralidad y tecnologías de la comunicación, entre estilos de convivencia, tradiciones religiosas, sistemas políticos y laborales.

La referencia a lo cultural y su importancia en las propuestas de integración regional señalan la comprensión de los problemas actuales bajo el manto de la globalización. Si en el siglo XIX y gran parte del XX el término cultura se relacionó con normatividad y necesidad civilizatoria, hoy ese lugar ha venido a ser ocupado por la idea de identidad. La cultura como representación y reproducción de bienes simbólicos y no simbólicos, vendría a ser el sustento real de la identidad. Desde este dintel, la identidad por ser una forma de representar la cultura configurada por actores sociales letrados, es propicia para reestructuraciones y reelaboraciones de tiempo en tiempo. La integración del Gran Caribe es posible, siempre y cuando se ejecuten fórmulas políticas y educacionales con las que se emprendan y estimulen nuevos referentes identitarios continentales. Es factible, no imposible, sólo que se requiere de una gran voluntad política para lograrlo, de lo contrario seguiremos siendo espectadores de la historia y no sus protagonistas vitales. América Latina y el Caribe tienen muchas cosas en común amén de un origen del mismo tenor. Aunque los obstáculos, para una real integración, no son sólo de orden político y / o cultural también lo son de corte económico, porque históricamente las elites económicas latinoamericanas han privilegiado sus negociaciones con empresas estadounidenses y europeas.

Formato ISO

BRACHO, Jorge. CULTURA, POLÍTICA E INTEGRACIÓN CARIBEÑA. TF, abr. 2003, vol.21, no.82, p.243-250. ISSN 0798-2968.

Formato Documento Electrónico (ISO)

BRACHO, Jorge. CULTURA, POLÍTICA E INTEGRACIÓN CARIBEÑA. TF. [online]. abr. 2003, vol.21, no.82 [citado 24 Mayo 2010], p.243-250. Disponible en la World Wide Web: <http://www2.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0798-29682003000200008&lng=es&nrm=iso>. ISSN 0798-2968.


Referencias:

Gárgano, Francesca (2002) Garífuna, Garínagu, Caribe. Historia de una nación libertaria. México. Siglo XXI editores. Estado Libre y Asociado de Quintana Roo. Universidad de Quintana Roo. UNESCO. 101 pp. (Colección Pensamiento Caribeño).

Garretón, Manuel Antonio (Coordinador; 2003) El espacio cultural latinoamericano. Bases para una política cultural de integración. Chile. Convenio Andrés Bello. Fondo de Cultura Económica. 328 pp. (Colección Popular, Nº 401).

Gaztambide – Géigel, Antonio y Rafael Hernández (Coordinadores; 2003) Cultura, sociedad y cooperación. Ensayos sobre la sociedad civil en el Gran Caribe. San Juan – Puerto Rico. Centro de Investigación y desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello”. Proyecto Atlantea (Intercambio Académico – Caribe). Universidad de Puerto Rico. 191 pp.

López de Jesús, Lara (2003) Encuentros sincopados. El Caribe contemporáneo a través de sus prácticas musicales. México. Siglo XXI editores. Estado Libre y Asociado de Quintana Roo. Universidad de Quintana Roo. UNESCO. 210 pp. (Colección Pensamiento Caribeño).

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