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La importancia de ser Caribe: reflexiones en torno a un mal chiste
Por: © Ernesto Bassi Arévalos

En mayo del 2005, Cartagena fue sede de la 37ª reunión anual de la Asociación de Historiadores del Caribe. La reunión estuvo llena de esos lugares comunes que son un deleite para quienes estudiamos la historia del Caribe. Durante cuatro días, los asistentes disfrutamos de estimulantes conferencias sobre esclavitud, trata de esclavos, cimarronaje, raza y clase, la diáspora caribeña, la figura de Eric Williams y muchos otros interesantes temas. Además, fuimos testigos de interminables debates entre historiadores de las Antillas francesas y el Caribe inglés en torno a la supremacía histórica y académica de sus territorios caribeños y apreciamos los llamados de los historiadores de Cuba y Puerto Rico a no olvidar la importancia del Caribe español.

La reunión, sin embargo, también nos permitió enterarnos de que para un buen número de historiadores del Caribe, Cartagena y toda la región Caribe colombiana (quizás con la excepción de San Andrés y Providencia), no figuran en el espacio territorial que ellos denominan “el Caribe”. De hecho, a lo largo de la conferencia fueron frecuentes las referencias al hecho de que esta era la primera reunión de la Asociación que se celebraba por fuera del Caribe. Esta observación se convirtió en una especia de chiste, celebrado hasta la saciedad por buena parte de la audiencia. Para el grupo de historiadores, científicos sociales, estudiantes de diversas disciplinas y visitantes acostumbrados a pensarnos y describirnos como caribeños por haber nacido, crecido y/o adelantado gran parte de nuestra formación académica en el Caribe colombiano, el chiste era más bien un insulto. ¿Cómo era posible que un grupo de historiadores caribeñistas considerara que Cartagena, la más caribeña de las ciudades del Caribe, no pertenecía al Caribe? ¿Qué, si no caribe, era entonces Cartagena? ¿Qué, si no caribeños, éramos los que nos sentimos insultados con el chiste? ¿Qué, entonces, es el Caribe? ¿Qué significa ser del Caribe?

Responder estas preguntas requiere entender el problema de la pertenencia al Caribe como un conflicto en el cual la identidad colectiva como autodenominación choca con la identidad colectiva como condición impuesta por otros. En el caso particular de la pertenencia al Caribe de los habitantes del Caribe colombiano, las identidades en conflicto tienen raíces históricas que se examinan en este artículo. Así, este documento está organizado en tres secciones, la primera de las cuales proporciona un marco conceptual que permite entender por qué para los habitantes del Caribe colombiano es (o debe ser) importante el reconocimiento de la región como parte integral del Caribe. La segunda sección presenta un nuevo intento de “definir” el Caribe, pensándolo no sólo como un espacio geográfico (es decir, un conjunto de islas, montañas, ríos, valles, penínsulas, bahías, etc., ubicado en coordenadas geográficas claramente definidas), sino también como un universo, una cultura y/o una conciencia. Finalmente, con base en la división histórica de Colombia entre “el interior” y “la costa,” presentaré una explicación de la reacción negativa generada por el mal chiste sobre la no pertenencia de Cartagena al Caribe.

1 El concepto de identidad y el mal chiste de Cartagena

Lo ocurrido en Cartagena debe entenderse como la expresión del conflicto clásico entre una identidad colectiva autoproclamada por los miembros de un grupo y la identidad de dicho grupo definida desde la perspectiva de individuos fuera del mismo. Para explicar este conflicto, es importante, en primer lugar, definir lo que se entiende por identidad. Mi uso del término identidad es cercano al de Megan Vaughan, quien estableció una definición que destaca la naturaleza de las identidades como simultáneamente autodefinidas e impuestas por otros. En su estudio de la esclavitud en Mauritius durante el siglo

XVIII, Vaughan (1998: 192-193) sostiene que:

Cuando empleo el término ‘identidad’ con la intención de reconstruir la historia social de Mauritius en el siglo XVIII, puedo estar usándolo en diferentes formas. Puedo usarlo para hacer referencia a lo que en los expedientes históricos aparece como identidades conscientemente afirmadas por los actores históricos, su autoidentificación… Puedo usarlo para referirme a la adscripción de identidades por parte de un grupo de personas a sus contemporáneos. O puedo usarlo en referencia a mi reconstrucción, en retrospectiva, de identidades que los contemporáneos quizás nunca articularon; [puede hacer referencia a] mi ensamblaje de componentes (lenguaje, vestimenta, comportamiento social, prácticas religiosas) que, en mi opinión, deben haber constituido algún tipo de demarcación significativa entre un grupo y otro; identidades que probablemente ‘son vividas’ en el cuerpo, pero que carecen de un equivalente discursivo.

De especial interés para mi enfoque son los dos primeros usos del término: identidad como autoidentificación, es decir, como es usada por un colectivo para agrupar a sus miembros y describir su lugar en una sociedad determinada; e identidad como etiqueta asignada por un grupo de personas a otro.

Entender las identidades de estas dos maneras permite explicar el mal chiste de Cartagena de la siguiente forma: un grupo de personas que se autodenominan caribeños (caribeños # 1), niega la identidad caribe a otro grupo cuyos miembros se identifican a sí mismos como caribeños (caribeños # 2). Los caribeños # 2 se auto-identifican como caribeños, pero son percibidos por los caribeños # 1 como extraños, como personas por fuera del Caribe. La identidad caribe de los caribeños # 1, por su parte, no fue puesta en duda: tanto en sus mentes como en la de los demás, los caribeños # 1 son percibidos como del Caribe. ¿Son los caribeños # 1 más legítimamente caribe que los caribeños # 2? ¿Son las islas del Caribe más caribe que el Caribe continental? Responder estas preguntas, naturalmente, requiere primero definir qué es el Caribe.

2 Definiciones del Caribe

Definir el Caribe constituye un ritual que todo caribeñista debe superar en algún momento en su evolución intelectual. Por lo tanto, hay un número impresionante de definiciones del Caribe, ninguna de las cuales ha estado libre de la controversia que definir este espacio genera. Antonio Benítez Rojo (1998) fue uno de los intelectuales que realizó mayores esfuerzos por alcanzar una definición universal del Caribe. El reconocimiento de los múltiples obstáculos a que debe enfrentarse quien intente definir el Caribe, constituye el punto de partida de su interpretación. En su opinión,

Los principales obstáculos que a de vencer cualquier estudio global de las sociedades insulares y continentales que integran el Caribe son, precisamente, aquellos que por lo general enumeran los científicos para definir el área: su fragmentación, su inestabilidad, su recíproco aislamiento, su desarraigo, su complejidad cultural, su dispersa historiografía, su contingencia y su provisionalidad.” Benitez Rojo (1998: 15)

Agrupando estos obstáculos / características bajo la etiqueta de “diversidad”, Gary Van Valen (2006: 30) destaca la heterogeneidad política, lingüística y cultural del Caribe, afirmando que:

El área comúnmente denominada el Caribe incluye veintiocho jurisdicciones políticas (algunas independientes, otras no), cuatro lenguas oficiales europeas, probablemente diecisiete lenguas criollas, y poblaciones de origen africano, europeo, indígena, asiático y otras ascendencias mixtas.

En un intento por superar los obstáculos y, al mismo tiempo, reconocer la diversidad, Benítez Rojo describió al Caribe como el producto de una “máquina”,” creada por Cristóbal Colón, mejorada por Pedro Menéndez de Avilés y perfeccionada por los plantadores de azúcar. Esta máquina, afirma Benítez Rojo (1998: 24), creó el Caribe, porque produjo…

no menos de diez millones de esclavos africanos y centenares de miles de coolíes provenientes de la India, de la China, de la Malasia… (ayudó) a producir capitalismo mercantil y capitalismo industrial…, subdesarrollo africano…, población caribeña…; (y) produjo guerras imperialistas, bloques coloniales, rebeliones, represiones, sugar islands, palenques de cimarrones, banana republics, intervenciones, bases aeronavales, dictaduras, ocupaciones militares, revoluciones de toda suerte e, incluso, un “estado libre asociado” junto a un estado socialista no libre.

Si bien la definición de Benítez Rojo incluye todo aquello que hace parte del Caribe, no ofrece una respuesta convincente a la pregunta qué es el Caribe. En este sentido, constituye un claro ejemplo de lo que Frank Moya Pons (1970: 36) denomina “el Caribe problemático.” Antes y después de Benítez Rojo, muchos caribeñistas han intentado definir el Caribe. Sus interpretaciones han explicado el Caribe como zona geográfica (el Caribe como lugar) y, otras veces, como un espacio cultural, social, normalmente asociado a un determinado territorio (la ecúmene Caribe). En otras ocasiones han argumentado que es necesario, dada la heterogeneidad de la región, pensar en la existencia de varios Caribes, algunos reales y otros imaginarios. Mi análisis de las diferentes definiciones me lleva a plantear la necesidad de entender el Caribe como una construcción socio-histórica que varía de acuerdo con la perspectiva desde la cual se le está definiendo. En este sentido quién, cuándo y para qué se define el caribe son preguntas tan importantes como qué es el Caribe.

2.1 El Caribe como lugar

Las dos definiciones básicas del Caribe como lugar, es decir, en términos puramente geográficos son: (i) el Caribe como la cadena de islas que conforman las Indias Occidentales y (ii) el Caribe como “aquellos países que bordean el Mar Caribe.” Van Valen (2006: 30). Estas dos definiciones geográficas son componentes fundamentales del análisis de Antonio Gaztambide (2003), quien, tras reconocer que “no existe una definición pura y exacta del Caribe”, establece cuatro Caribes geográficos. Después de rastrear el uso de la palabra Caribe en mapas y documentos escritos por marineros, funcionarios de gobierno y cartógrafos ingleses, españoles, franceses y holandeses, Gaztambide concluye que el término Caribe fue utilizado hasta finales del siglo XIX para referirse a los pueblos indígenas que habitaban las primeras islas conquistadas por los españoles en América.

El uso de Caribe para hacer referencia a un territorio, plantea Gaztambide, es una invención del siglo XX. En este sentido, la palabra Caribe se ha utilizado para hacer referencia a cuatro áreas geográficas diferentes: (i) las islas del Caribe o las Indias Occidentales, incluidas las Guayanas y Belice y en ocasiones incluso las Bahamas y Bermuda, (ii) el Caribe geo-político, constituido por las islas del Caribe, América Central y Panamá, (iii) el Gran Caribe o Cuenca del Caribe, que incluye el Caribe geo-político, Colombia, Venezuela y partes de México y (iv) el Caribe cultural o Afro-América Central, que abarca los territorios al norte de Brasil y al sur de Estados Unidos (sin incluir ni al uno ni al otro) donde se desarrollaron economías de plantación. Gatzambide (2003: 82) Estas definiciones son, en gran medida, arbitrarias y su autor no proporciona justificaciones suficientes para ninguna de ellas. Sin embargo, dos de sus planteamientos deben ser tenidos en cuenta.

En primer lugar, Gaztambide afirma que cualquier definición del Caribe depende del contexto en que se utiliza. En segundo lugar, llama la atención sobre la necesidad de añadir un adjetivo (insular, geo-político, Gran o cultural) a cualquier definición del Caribe, lo cual, si bien no implica necesariamente un acuerdo general en torno al significado del término Caribe, al menos proporciona un mejor sentido de ubicación.

2.2 La génesis y el desarrollo de una ecúmene Caribe

Sidney Mintz nos brinda una definición del Caribe mucho más elaborada, pero aún no del todo satisfactoria. Más de treinta años atrás, Mintz (1971: 20) había propuesto definir el Caribe, a partir de la identificación de una serie de elementos comunes que le permitieron interpretar el Caribe como un área socio-cultural caracterizada por las siguientes nueve características:

(1) una ecología de tierras bajas, subtropical e insular;

(2) la extirpación rápida de las poblaciones indígenas tras la primera llegada de los europeos;

(3) la definición temprana de las islas como una esfera del capitalismo agrícola europeo, con base en el cultivo de caña de azúcar, la mano de obra esclava y el sistema de plantación;

(4) el desarrollo paralelo de estructuras sociales insulares caracterizadas por una débil organización de las comunidades locales y el desarrollo de una estructura de clases bipolar, mantenidas gracias a la dominación extranjera, las restricciones en el acceso a la tierra, la riqueza y el poder político y el uso de diferencias físicas como indicadores de estatus social;

(5) la coexistencia de grandes plantaciones y la agricultura en pequeña escala;

(6) la continua introducción de grandes cantidades de “extranjeros” a los sectores más bajos de la estructura social, en condiciones caracterizadas por grandes restricciones en las oportunidades de ascenso económico, social o político; (7) la ausencia de una ideología de identidad nacional que pudiera servir como un objetivo para la aculturación masiva; (8) la persistencia del colonialismo y del ambiente colonial;

(9) un alto grado de individualización— particularmente en términos económicos.

Años después Mintz perfeccionó su definición del Caribe como área socio-cultural refiriéndose al Caribe como una ecúmene, es decir, de acuerdo con Kroeber, “una unidad histórica... un marco en el que tiene lugar una combinación particular de procesos que llevan a ciertos resultados únicos”. El Caribe como ecúmene, afirma Mintz (1996: 293),

no tiene nada que ver con el lenguaje, los alimentos, el vestido u otros índices culturales similares…, sino con una visión del mundo mismo, arraigada en innumerables individuos, que llegaron o fueron traídos a la región a lo largo de varios siglos, sustituyendo a aquellos que habían muerto o que habían sido exterminados por enfermedades, guerras y por la empresa imperial europea.

El énfasis de Mintz (1996: 299) en la importancia de una cierta “visión del mundo” para entender el Caribe, sin duda, un componente fundamental de su interpretación, es claramente expresado en la siguiente afirmación:

Los esclavos de Jamaica, podrían no haber sido capaces de hablar con los esclavos de Saint Domingue en la misma lengua; sin embargo, sus experiencias eran lo suficientemente similares para darles una visión común, al menos en ciertos detalles particulares, que nunca ha sido completamente destruida.

El problema con la definición de Mintz es que impone límites geográficos a esa visión común. Dichos límites restringen esa visión común a un Caribe geográfico constituido por las islas del Caribe, Belice y las Guayanas. Ciertas experiencias históricas, como el cimarronaje y el sistema de plantación (ambas incluidas en sus nueve rasgos característicos del Caribe), tornan problemáticas las fronteras del Caribe de Mintz, pues le impiden aceptar la existencia de un Caribe más amplio. Pero, ante todo, el problema con esta definición es que, dado que su punto de partida es una idea geográfica fija que define al Caribe como las islas del Caribe, Belice y las Guayanas, Mintz sólo está interesado en caracterizar esa área geográfica predeterminada.

Por esta razón, su caracterización del Caribe como ecúmene no provee evidencia suficiente para negar

la pertenencia al Caribe de territorios no incluidos en la definición, como el noreste de Brasil, algunas partes del sur de Estados Unidos, los departamentos del norte de Colombia y Venezuela y algunos territorios de México y América Central.

2.3 No uno, sino muchos Caribes

Las falencias en las definiciones de Mintz y Gaztambide dan la impresión de que el Caribe como entidad, ya sea geográfica, social, cultural o económica es imposible de definir satisfactoriamente. Algunos han propuesto que no existe el Caribe, en singular. La idea de varios Caribes fue propuesta, por primera vez, por Frank Moya Pons (1970: 33), quien puso en duda la existencia de una conciencia caribe, con la cual, a su vez, cuestionó la existencia de un Caribe único: Para la mayoría de la población del área, hablar del Caribe sólo tiene sentido como una conveniencia [o convención] en las clases de geografía; para la mayoría de sus habitantes el Caribe como comunidad viva, con intereses y aspiraciones comunes, simplemente no existe. En la práctica, parece más sensato pensar en la coexistencia de varios Caribes, uno junto al otro.

2.4 El Caribe imaginado

Todas las definiciones anteriores, tanto las que defienden la existencia de un Caribe único, como las que plantean la necesidad de reconocer varios Caribes coexistiendo uno junto al otro, están estrechamente vinculadas con una zona geográfica estructurada en torno a las islas del Caribe. En un estudio reciente, Mimi Sheller trató de alejarse de las interpretaciones geográficas proponiendo entender el Caribe como un objeto que puede ser estudiado y deseado, un objeto o una mercancía de consumo. Resumiendo las diferentes interpretaciones que he presentado hasta ahora y añadiendo la suya propia, Sheller (2000: 5) afirma que el Caribe

es a menudo definido como la agrupación de islas compuesta por las Antillas Mayores, las Antillas Menores y las Bahamas, además de ciertas zonas costeras de América del Sur y Centroamérica que comparten una relación histórica y cultural caracterizada por la existencia de sociedades de plantaciones (por ejemplo, Surinam, Guayana, Belice) ... Sin embargo, en lugar de una definición geográfica o histórico-cultural, prefiero… pensar el Caribe como un efecto, una fantasía, un conjunto de prácticas, y un contexto.

Si bien Sheller (2000: 6,8) se aleja de las definiciones netamente geográficas, su planteamiento no abandona completamente la idea de que el Caribe tiene una ubicación específica. El Caribe, afirma, es “a la vez real e imaginario”, y es a la vez real e imaginario como “objeto de estudio, producido en los centros académicos del norte y como objeto de deseo en las culturas de consumo populares.

2.5 El Caribe como una construcción socio-histórica

La definición del Caribe de Sheller es la que más se aproxima a mi propia interpretación. En mi opinión, el Caribe debe ser entendido como una construcción socio-histórica, cuyo significado varía de acuerdo con quien lo define, cuando se está definiendo y con qué fines. Como construcción socio-histórica el término caribe debe ser entendido como un concepto más cercano a “raza”, “clase” o “religión” que a Colombia, Francia, África o Europa. De la misma forma que el término “raza” que, dependiendo de quién lo esté utilizando, puede referirse a un tipo biológico, una posición ideológica o una categoría políticoadministrativa,1 la palabra caribe puede tener múltiples significados. El término caribe se ha utilizado y sigue siendo utilizado como una categoría geográfica (cuando se hace referencia a las

Indias Occidentales o al Gran Caribe), como una categoría cultural (cuando se usa para describir la música del Caribe o los alimentos del Caribe) y como una categoría de identidad (cuando alguien afirma “yo soy caribeño”).

Como lugar, el Caribe es real (es posible ir al Caribe, pisar el Caribe); como categoría cultural y como identidad, el Caribe es una invención. El Caribe real y el Caribe inventado o imaginado no son mutuamente excluyentes. De hecho, coexiste uno junto al otro. Por lo tanto, debido a que existen muchos Caribes reales y muchos Caribes imaginados, definir la idea de identidad caribe o caribeñidad resulta bastante complicado.

3 El mal chiste de Cartagena y la importancia de ser Caribe

A fin de comprender las reacciones al chiste de Cartagena y la importancia que asignan los caribeños # 2 a ser percibidos como del Caribe (en otras palabras, la importancia de eliminar las distinciones entre caribeños # 1 y caribeños # 2) resulta necesario entender dos aspectos significativos de la historia de Colombia: primero, la rivalidad histórica entre “la costa” y “el interior”; y segundo, el giro lingüístico representado por la transición del uso de la expresión Costa Atlántica al uso de Costa Caribe. Esta transición ha sido acompañada, en algunos casos, por un cambio en la identidad: de costeño a caribeño.

La división entre la costa y el interior, tal como lo han planteado varios historiadores,2 tiene sus raíces en la rivalidad que durante los tiempos coloniales enfrentó a Cartagena, el principal puerto del virreinato de la Nueva Granada, y a Santa Fe, la capital del mismo. Esta rivalidad se expresó de manera explícita durante la primera etapa de las guerras de independencia, cuando Santa Fe se mostró partidaria de un régimen centralista y Cartagena optó por el federalismo. Las guerras de independencia, uno de cuyos resultados fue la destrucción y ruina de Cartagena, definieron además el triunfo del interior sobre la costa y marcaron el inicio de un largo proceso de deterioro para Cartagena y sus alrededores. (Bell Lemus 1991: 105-130) y (Meisel y Calvo 2005).

Desde las décadas inmediatamente posteriores a las guerras de independencia, el deterioro de Cartagena y las provincias vecinas fue explicado con base en argumentos desarrollados a partir de teorías de determinismo climático, que presentaban la decadencia de la costa como consecuencia natural de las condiciones climáticas de la región. Asimismo, probablemente con miras a presentar la nueva nación como capaz de desarrollarse, se inició un proceso de descaribeñización que se hizo evidente en la asignación del término “Costa Atlántica” a la región comprendida por las provincias del norte de Colombia. El giro lingüístico de Costa Atlántica a Costa Caribe, iniciado tímidamente a finales de la década de 1970, sólo tomó fuerza a partir de la aprobación de la Constitución de 1991. (Bell 2006: 123-143). La transición de costeño a caribeño, por su parte, aún está por producirse.

3.1 La división entre la costa y el interior en la historia de Colombia y en la imaginación histórica. La rivalidad colonial y los orígenes de la división

Desde su fundación en 1533 y durante todo el período colonial Cartagena fue una de las ciudades más importantes de los territorios españoles en América, probablemente sólo superada por México, Lima y La Habana. Desde mediados del siglo XVI hasta principios del siglo XVIII, Cartagena fue el principal puerto de esclavos de la América española. Durante el período colonial, Cartagena basó su importancia en el hecho de que la legislación española la hizo “el único punto de contacto legalmente establecido con el mundo exterior.” (Múnera 1998: 43). Santa Fe, por su parte, fue siempre la capital de la Audiencia y, desde 1739, del Virreinato de la Nueva Granada. La distancia geográfica (1,154 kilómetros y 40 días de viaje en barco y a lomo de mula) y las diferencias económicas (Cartagena fue uno de los principales defensores del comercio con naciones extranjeras, mientras que Santa Fe se manifestó a favor de un sistema de protección que favoreciera sus ventas de harina) explican la rivalidad que se desarrolló entre las dos ciudades y sus respectivas áreas de influencia.

La creación del virreinato de la Nueva Granada en 1739 fue uno de los momentos en que la rivalidad entre Cartagena y Santa Fe se hizo evidente. Tal como nos ha recordado Gustavo Bell (2006: 130),

cuando se crea el Virreinato de la Nueva Granada en 1739, al momento de definir cuál va a ser la capital del virreinato, hay toda una discusión que dura aproximadamente una semana, en Madrid, de dónde debía quedar la capital de la nueva entidad político-administrativa. Quienes decían que debía ser Cartagena aducían su mayor contacto, por razones de las rutas interoceánicas, con la metrópoli... Quienes decían que debía ser Santa Fe de Bogotá lo hacían porque esta se hallaba, por su distancia al mar, protegida de cualquier ataque de los ingleses...; en fin, hubo una argumentación que duró por espacio de una semana hasta que finalmente se decidió que la capital debía ser Santafé de Bogotá.”

La decisión de hacer de Santa Fe la capital del nuevo virreinato fue seguida por una serie de decisiones políticas que ilustran una tendencia reformista “proveniente de las ideas fisiocráticas entonces en boga, a fortalecer la agricultura del interior para promover el desarrollo del país.” (Múnera 1998: 49).

A lo largo del siglo XVIII, la rivalidad entre la costa y el interior se expresó a través de tres importantes debates en torno a tres temas recurrentes: (i) el situado (transferencias de dinero de todas las provincias del virreinato de Nueva Granada a la provincia de Cartagena, justificadas por el hecho de que Cartagena, como principal punto de entrada al virreinato, tenía que estar bien protegida frente a cualquier intento de invasión extranjera), (ii) la construcción de caminos, y (iii) la producción y el comercio de harina.3

De acuerdo con Múnera (1998: 130), los debates en torno a estos temas revelan la existencia de “dos proyectos contradictorios de desarrollo económico regional surgidos de los intereses contrapuestos de las élites de Cartagena y Santa Fe de Bogotá.” El Consulado de Comercio de Cartagena, creado en 1795, fue el organismo que mejor expresó la posición del Caribe colombiano en estos temas. Su contraparte en Santa Fe, el consulado de comercio creado un par de años después del de Cartagena, defendió las posiciones del interior en el tema comercial.

Las controversias generadas en torno a la producción y el comercio de harina son el mejor ejemplo disponible de las formas en que se expresó la división entre Cartagena y Santa Fe durante las últimas décadas del período colonial. En su análisis de dicha controversia Múnera (1998: 126) observa que,

Mientras Santa Fe y las otras provincias del interior vieron a Cartagena como el más importante mercado para sus productos agrícolas, particularmente para su harina, Cartagena, situada en el Mar Caribe y largamente acostumbrada a abastecerse ella misma a través de su intercambio con ultramar, intentaba establecer un comercio más abierto y libre con las colonias vecinas y los Estados Unidos.”

Con la llegada de las guerras de independencia “la rivalidad entre cartageneros y santafereños se transformaría en guerra abierta.” Durante la fase inicial de las guerras de independencia, el gremio de comerciantes de Cartagena “se convirtió en uno de los organismos claves en la lucha por la autonomía política del Caribe colombiano.” (Múnera 1998: 118, 116)

 

Las guerras de la independencia: ruina de Cartagena y triunfo del interior

La crisis de la monarquía española luego de la toma de la Península Ibérica por las tropas napoleónicas en 1808 es reconocida como el principal detonante de las guerras de independencia en la América española4. La crisis también precipitó el desarrollo de una nueva etapa en la rivalidad entre Cartagena y Santafé. De hecho, una de las tempranas manifestaciones de las guerras de independencia, en la Nueva Granada, fue la lucha, liderada por Cartagena, por obtener no sólo su independencia de la monarquía española (a la cual inicialmente Cartagena “sólo” le exigió mayor autonomía) sino, sobre todo, de Santafé.

Durante los primeros años de las guerras de independencia, la rivalidad entre Santa Fe y Cartagena dio lugar a lo que en la historiografía colombiana se conoce como la Patria Boba, una guerra civil que enfrentó a las provincias que, lideradas por Cartagena, apoyaron el establecimiento de un sistema federalista contra las provincias que bajo la dirección de Santa Fe se manifestaron a favor del centralismo. La táctica de Cartagena, durante este período, que se extiende desde 1810 hasta 1815, consistió en reclamar autonomía política y económica con el fin de “destruir a Santa Fe como centro de poder.” (Múnera 1998: 164).

Este conflicto interno fue resuelto por uno de los acontecimientos más dramáticos de la historia de Colombia, la llamada Reconquista, como consecuencia de la cual un ejército español comandado por el mariscal de campo Pablo Morillo restableció la autoridad española en todo el virreinato.

Aunque el control español se mantuvo por menos de 5 años, después de los cuales Colombia surgió como una nación independiente, la Reconquista tuvo consecuencias fatales para las aspiraciones de Cartagena de superar el control de Santa Fe. De hecho, una de las consecuencias más desastrosas de la Reconquista fue la ruina absoluta de Cartagena tras sufrir un largo asedio por el ejército español en 1815. Sólo cinco años más tarde, una vez más, Cartagena fue sitiada, esta vez por los patriotas dispuestos a expulsar a todos los españoles de Colombia. El efecto combinado de los dos sitios y las múltiples batallas libradas en Cartagena y sus alrededores determinaron la decadencia económica y política de Cartagena.

Veinte años después, a principios de 1840, a pesar de su incapacidad para recuperarse de los daños causados por las guerras de independencia, Cartagena (que pese a su deplorable estado continuaba siendo la ciudad más importante del Caribe colombiano) renovó su lucha por lograr mayor autonomía frente a Santa Fe. Este nuevo intento autonomista se desarrolló como un capítulo (el capítulo Caribe) de la llamada Guerra de los Supremos—una guerra civil que enfrentó a las élites provinciales en contra del poder central de Bogotá—caracterizado por el intento del Caribe colombiano de tratar de separarse de Colombia para formar las Provincias Federadas de la Costa Caribe. El intento, inicialmente exitoso, culminó en un estruendoso fracaso que profundizó la crisis que las guerras de independencia habían producido en la región.

El corolario de la Guerra de los Supremos y su importancia en la determinación del papel del Caribe colombiano en la nación colombiana fueron recientemente descritos por Gustavo Bell (2006: 134-135), quien afirma que,

después de esta guerra, Cartagena literalmente queda exhausta, agotada, pues, ya venía así desde las guerras de independencia. Prácticamente liquidada, pierde toda su importancia dentro de la Nueva Granada y, con ello, también la importancia de la Costa en la nueva composición política del país”.

Racialización de la división o la creación de la Costa Atlántico: el interior blanco y civilizado contra la costa negra y salvaje

La ruina de la costa Caribe fue luego usada por las élites del interior para resaltar las diferencias entre las tierras altas (es decir, los Andes, Santa Fe, el interior) y las tierras bajas (para nuestros propósitos, la región Caribe, Cartagena, la costa).

Con base en teorías de determinismo ambiental / climático desarrolladas a partir del siglo XVIII para explicar la diferencia entre Europa y sus colonias tropicales, un grupo de intelectuales neogranadinos, liderados por Francisco José de Caldas, venían desarrollando, desde finales del siglo XVIII, una versión local de determinismo geográfico que defendía “sin ninguna vacilación la idea de una nación con dos componentes básicos: lacivilización de los Andes y la barbarie del resto del territorio.” (Múnera 2005: 76)5

Luego de culminada la Guerra de los Supremos, las doctrinas climáticas de Caldas fueron explícitamente expresadas en términos raciales, alegando que la barbarie y el atraso del Caribe y el resto de las tierras bajas tropicales se debían al hecho de que estas tierras eran habitadas por las razas impuras (es decir, los negros y los indios). Manuel Ancízar, uno de los geógrafos colombianos más famosos del siglo XIX, manifestó claramente esta posición en 1850, al referirse a las provincias del interior como “los majestuosos Andes, habitados casi en total por la raza blanca, inteligente y trabajadora, propietaria del suelo felizmente dividido en pequeños predios que afianzan la independencia de los moradores” (Múnera 1998: 150).

La costa Caribe, por su parte, era habitada por negros, que, como nos recuerda Peter Wade (1993: 14), eran percibidos como perezosos e indolentes. Si bien la división entre Andes civilizados y Caribe salvaje funcionaba como un paliativo contra los temores de las élites del interior (ya que esta justificación les permitía sentirse europeos), no fue suficiente “para crear y definir una nación que pudiera competir en la escena mundial. Una nación que pudiera ser moderna y progresista.” (Wade 1993: 9). Para lograr esto, era necesario presentar a toda la nación, no sólo a su interior andino, como blanca, y, por lo tanto, capaz de progresar y alcanzar niveles de civilización comparables a los de Europa. La estrategia seguida para lograr este objetivo se basó en dos componentes fundamentales. Por un lado, el gobierno central intentó (aunque sin éxito) fomentar la inmigración masiva de europeos blancos que deberían mezclarse con negros e indios para “blanquear” la nación.

Por otra parte, dado que el término “Caribe” se asociaba con la esclavitud, la oscuridad y el atraso, el Gobierno optó por eliminar el componente Caribe de la nación colombiana. Con miras a lograr este último objetivo, tal como lo demuestra Gustavo Bell (2006: 138-140), con base en su lectura de una serie de compendios geográficos de mediados del siglo XIX, el término Mar Caribe fue sustituido en los mapas de Colombia con el término Océano Atlántico. La Costa Caribe, desde entonces pasó a denominarse la Costa Atlántica. Colombia, buscando ser más civilizada, más blanca, optó por la supresión de su identidad caribeña. El atraso de la costa Caribe colombiana fue usado para justificar la eliminación de la identidad caribe. Al mismo tiempo, ese atraso, derivado directamente de las guerras de independencia, impidió a los habitantes del Caribe colombiano desarrollar cualquier acción tendiente a rescatar la identidad caribe de la nación colombiana.

3.2 De costeño a caribeño: ¿Hemos llegado?

La rivalidad entre Cartagena y Santa Fe y la división histórica entre la costa y el interior nos brindan las claves para entender que la identidad de los habitantes del norte de Colombia se deriva directamente de una percepción negativa de lo que significa ser del interior. Los habitantes del interior (los cachacos), a su vez, se perciben a sí mismos en oposición a lo que, en su opinión, significa ser de la costa. En este sentido, la identidad de los habitantes del Caribe colombiano es una construcción creada en oposición a lo que uno no es (no se es cachaco).6 Sin embargo, la auto-identificación de los habitantes del norte de Colombia como caribeños es un fenómeno reciente, aún en proceso de consolidación.

Tradicionalmente los habitantes del norte de Colombia nos hemos percibido a nosotros mismos como costeños. La idea de ser Caribe ha sido una incorporación relativamente reciente, promovida por un grupo reducido de intelectuales, académicos, políticos y gestores culturales. Uno de los aspectos fundamentales del proyecto promovido por esta intelectualidad ha sido el intento de rescatar una identidad caribe evidente en aspectos como la música, las comidas y el estilo de vida. La idea, desarrollada inicialmente durante la década de 1980, tomó fuerza con la aprobación de la Constitución de 1991 que creó estrategias de desarrollo regional para cada región colombiana, incluyendo lo que entonces empezó a ser llamado institucionalmente Caribe colombiano.

El Observatorio del Caribe Colombiano, centro de investigación económica, social y cultural del Caribe colombiano creado en 1997, con miras a “generar conocimiento de excelencia, promover el debate y producir propuestas que mejoren la calidad de vida de los habitantes del Caribe Colombiano,” así como, “divulgar ampliamente su producción intelectual,”7 ha sido sin duda la institución que ha liderado el proceso de generar conciencia en torno a la identidad caribe de los habitantes de los departamentos del norte de Colombia.

De la mano de entidades como el Banco de la República (Sede Cartagena) y la Universidad Jorge Tadeo Lozano, Sede Caribe, el Observatorio ha publicado numerosos volúmenes cuya divulgación ha jugado un papel crucial en el desarrollo del conocimiento sobre la región y la consolidación de su identidad.

Más recientemente, con la idea central de hacer visible la identidad caribe y continuar divulgando la idea de pertenencia al Caribe se han puesto en marcha otras iniciativas como el Parque Cultural del Caribe y el recientemente inaugurado Museo del Caribe, que buscan afianzar y difundir, tanto a nivel regional como nacional e internacional, la idea de que Colombia y muchos de sus habitantes pertenecen al Caribe.8 El reto ahora consiste en recordarnos a nosotros mismos que somos Caribe; en hacer efectiva la transición de ser y sentirnos costeños, a ser y sentirnos caribeños.

Conclusión

No existe un acuerdo general en torno a cómo definir el Caribe. Dos tendencias principales caracterizan la literatura sobre el tema: una definición restrictiva que sólo entiende al Caribe como la cadena de islas conformada por las Antillas Menores y Mayores y una interpretación amplia que incluye a todos los países con costas en el Mar Caribe. Además, existe una tendencia, mucho más reciente, que intenta liberarse de la geografía para definir al Caribe como un ente imaginado sin fronteras físicas determinadas. Pese a la falta de consenso en cuanto al significado del Caribe, es importante reconocer la importancia que algunos pueblos (por ejemplos, algunos habitantes del Caribe colombiano) asignan al reconocimiento como caribeños. La explicación de esa necesidad de ser caribe tiene fuertes raíces históricas, cuya comprensión hace posible entender (pero no celebrar) el chiste sobre la no pertenencia de Cartagena al Caribe.

Sin embargo, todavía queda mucho por hacer para apreciar el grado de caribeñización de la identidad costeña. Si bien la rivalidad que dividía y sigue dividiendo al interior y la costa es innegable, es necesario plantear algunas dudas con respecto al grado de aceptación que el gentilicio caribeño ha alcanzado entre los habitantes del Caribe colombiano. La gente de la región definitivamente se autoidentifica en oposición a los cachacos, pero eso no necesariamente implica que la mayoría de ellos se piensen a sí mismos como caribe. La transición de costeños a caribeños es un proceso en desarrollo, cuya culminación exige la elaboración y divulgación de estudios históricos que ilustren los vínculos que hacían del Caribe colombiano parte integral del espacio Caribe, así como el proceso mediante el cual se fueron debilitando (y olvidando) dichos vínculos. Reconstruir esta historia permitirá fortalecer el argumento en torno a la importancia de ser caribe.

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