UNA NOSTALGIA LLAMADA VINILO
Por Eduardo Arias
Tomado de REVISTA SOHO
Ahora
resulta que las casas disqueras están al borde del colapso. Es una
tristeza. Y muy grande. Es como perder uno a uno a viejos amigos de
la infancia. Cierran oficinas aquí y allá. Que las cifras ya no dan.
Que nadie volvió a comprar discos. Que el MP3. Que la piratería. Que
las carpetas de canciones en los discos duros de los computadores.
Que la moda de quemar CD. Razones más que válidas. Pero también
parece ser el resultado de varios años de absoluto desinterés por
crear un nuevo público adepto al que, para mí, siempre ha sido un
oscuro objeto del deseo: el disco original.
Pensarían ellos,
digamos, hace 10 ó 15 años: "¿Para qué botarle corriente a las
nuevas generaciones si un puñado de artistas adultos -Julio
Iglesias, Diomedes, Clayderman- se encargan de enderezar las cifras
de ventas de cada año?". Un ejemplo muy diciente. ¿A quién le
importó tomar nota de que los grupos que más vendieron durante el
boom del 'rock en español' de 1988-89 fueron los que sonaron en
estaciones de radio de música tropical y de balada? A los
adolescentes de entonces les bastaba oír sus canciones en la radio y
más bien se gastaban la plata del LP en un bar. ¿Y.? Todavía no
había competencia, y peor aún, interés por crear nuevos mercados.
Entonces, cuando-ya-para-qué, comenzaron a aparecer colecciones
2X1, campañas contra la piratería, precios diferenciales. pero la
gente ya se había acostumbrado a comprar CD piratas en las esquinas.
Además, ¿a quién se le hubiera ocurrido pensar hace 10 años en un
computador personal de $800.000 de hoy con procesador 20 G y disco
duro de 80 G donde cabe casi que tranquilamente la discoteca de
Roberto Rodríguez Silva, la de Bernardo Hoyos, la de Fernando Gómez
Agudelo? Se perdió, y hace mucho tiempo, esa magia que convertía
a decenas de oyentes imberbes de Radio 15 o la Radiodifusora
Nacional o la HJCK en coleccionistas compulsivos de jazz, de música
clásica, de rock. ¿A quién diablos le importa hoy en día si un
disco es inglés, alemán u holandés? Si acaso nos importa a los que
nos emocionábamos cuando vemos brillar en las portadas de los discos
el logo de la Deutsche Grammophon, de His Master Voice, los
Angel-EMI. ("Ve, no sabía que Karajan había grabado con EMI"),
porque si por algo uno vivía era por tratar de conseguir el Foxtrot
de Genesis inglés o francés o italiano porque el gringo no se abría
(The Famous Charisma Label), "¿y sí le salieron los dos afiches en
el Dark side of the moon que le trajeron sus papás?" (Harvesty-Emi,
Hayes Middlesex England), "lástima que 'Thick as a brick' ya no lo
editan con el periódico completo." (Chrysalis).
Los amigos en el
colegio llevaban y mostraban su última joya -eso eran los discos
entonces: joyas- , los prestaban de un día para otro y uno los
grababa con todo el cuidado y trataba de dibujarle al cassette (en
esa época era cassette, no casete, como ahora) una portada igual o
mejor a la del álbum original. El asunto no era tener música.
Era mucho más que eso. Se trataba de coleccionar unos objetos de
culto en los que, a partir del Sgt. Pepper's de los Beatles,
ilustradores, fotógrafos y diseñadores se mataban para ver cuál se
fajaba la mejor portada. qué tal esos diseños de Hipgnosis, y los
LPs y Maxi Singles de Joy Division, y ni hablar del For your
pleasure, de Roxy Music o las ilustraciones de Roger Dean de los
álbumes de Yes y Uriah Heep. y claro, un LP prensado en Alemania u
Holanda sonaba mejor que el gringo y así ad infinitum.
Cómo han
cambiado los tiempos. Ahora estamos en el territorio del CD quemado,
de los infinitos archivos impersonales grabados en un disco duro, en
CD donde caben cientos de canciones (no tengo el dato si son miles
ni pienso averiguarlo). ¿dónde anota uno siquiera el nombre de la
canción, mucho menos el año, el nombre del productor, los
integrantes de la banda, el del estudio, el de los ingenieros de
sonido, el sello? ¿Cuál sello si a todos ellos se los fueron
engullendo uno a uno las tres o cuatro multinacionales que dominan
todo este asunto tan impersonal, tan carente de magia?
Tal vez
debe ser por eso que las casas disqueras todavía se esmeran tanto en
reeditar sus viejos catálogos, en remezclar y remasterizar álbumes
grabados hace 20 ó 30 años -o 50 y 60, dirán los que ahora atesoran
en CD a Toscanini, a Furtwängler, a Duke Ellington- porque ellas
saben que esos esfuerzos aún los apreciamos y agradecemos quienes
crecimos rodeados de discos, de amigos que coleccionaban discos, de
tíos que coleccionaban discos. El problema es que cada vez somos
menos, muchos menos y los discos cada vez más caros. Mucho más
caros.
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