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A MÍ, NO ME MANDAN FLORES (I)

Por primera vez, la voz se me quebró, no tanto por la laringitis crónica que sufría sino porque la angustia ya me invadía los tuétanos… El juez de la República me miró con ojos compasivos. Entonces fui consciente de que ambos sentíamos el mismo miedo.
ALFONSO JACQUIN GUTIERComentarios y sugerenciasREZ.
Memorias de un desaparecido.
Abril 30 de 1954. Noviembre 7-8 de 1985

Por: MOISES PINEDA SALAZAR

- Por favor Maestro, no se preocupe. Esté tranquilo...Le decía, tratando de calmarlo, sin lograrlo…

Ni yo mismo me lo creía. Algo estaba pasando en los pisos bajos…Se escuchaba un nutrido tiroteo. Numerosos disparos… Muchos más de los que inicialmente habíamos calculado pensando en una reducida guardia armada en los sótanos y en la puerta de acceso que da sobre la Plaza de Bolívar y que ya debió haber sido asegurada.

Quería seguir abundando en razones acerca de la instalación del Juicio al Presidente Betancur en la Sala de Sesiones de la Corte Suprema de Justicia…


- Es un juicio político Doctor Reyes…

- En ese caso, joven, el asunto le corresponde instruirlo a la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes y se surte, luego, en el Senado. Nosotros actuamos en derecho...Nada tenemos que ver con la política…Se equivoca de destinatario…

- No me entiende, Maestro. El Juicio es político en cuanto a que es un asunto de naturaleza pública que se ha configurado a partir de unos acuerdos de poder a poder. El del Gobierno en un lado de la mesa, el del Eme en el otro. Dos poderes. Uno estatuido y otro que emerge sobre los hombros del pueblo…

Yo estaba convencido de que, al igual como ocurrió en 1810 al mando del Negro Carbonell, a esas horas, debían estar bajando desde La Candelaria, La Perseverancia, las Cruces y Egipto, subiendo desde el Sur y por detrás del Palacio Liévano, columnas de millares de simpatizantes provenientes de San Victorino, Siete de Agosto, Santafé, Paloquemao. Un río de obreros, estudiantes, artesanos, vendedores ambulantes; un mar rugiente y embravecido de Pueblo. Sin embargo, desde aquí no es visible la plaza y la cortina de tiros no debe formar parte del decorado…

- Y entre ambos, está lo que Usted, Doctor Reyes Echandía, representa: la majestad de la Justicia que debe decidir acerca de las razones que ha tenido el Presidente Betancur para incumplirle a los que en nombre del Pueblo nos hemos alzado en armas. Dije en continuación de mi perorata.

El Presidente de la Corte me miraba extrañado puesto que aquello suponía, como conocedor que era de la historia, que un Estado caía al tiempo que se instauraba otro y debía resultarle inédito que se mantuviera el Cuerpo de Jueces del antiguo orden.

- Mire Señor, Jacquin ¿ese es su apellido? O debo decirle: Comandante…Me dijo mientras encendía un cigarrillo. Las manos le temblaban. Por el corredor se oían gritos. La gente corría, gritaba, lloraba...

- Sí, Señor Presidente- le respondí- Jacquin. En cuanto a lo de Comandante, me lo queda debiendo. Soy abogado y debo organizar el Juicio….

Por primera vez, la voz se me quebró, no tanto por la laringitis crónica que sufría sino porque la angustia ya me invadía los tuétanos… El juez de la República me miró con ojos compasivos. Entonces fui consciente de que ambos sentíamos el mismo miedo.

- Si es abogado, Doctor Jacquin, sabrá Usted que estoy imposibilitado para hacer lo que me pide. Soy un Juez de la República y no me está permitido hacer nada distinto de lo que me ordenan la Constitución y las Leyes. ¿En qué Universidad Estudió usted, ¡qué fue lo que le enseñaron?!

- Maestro, creo que a su comprensión no escapa que estamos en un estado de Revolución…

- En ese caso, ¡me resisto a obedecer un poder que me es impuesto por la fuerza!

No fui capaz de alzarle la voz. Tampoco de desarrollar el libreto que habíamos ensayado para quebrar su voluntad y que consistía en disparar ráfagas contra el techo, golpear la mesa con la palma de la mano, mirarlo directamente a los ojos y, si era del caso, tomarlo de las solapas…. No. ¡No, mil veces no! Allí, delante de mí, inerme, sentado detrás del escritorio repleto de papeles, de agendas, teléfonos y un pequeño quinqué encendido con luz fluorescente, estaba una de las mentes más esclarecidas del Derecho en Colombia. La persona con la que siempre había soñado tener la oportunidad de conversar acerca de los temas del Estado, la Sociedad, la Justicia, la Civilidad y el Derecho. Qué idea loca…

Pensé en disertar acerca de mi tesis de grado, en comentarle sobre mis profesores y jurados Alvaro Name Peña, Arnoldo Donado y Amilkar Guido pero tuve miedo de que la primera resultara una nimiedad y los segundos unos desconocidos en el curubito de las altas magistraturas. Sentía vergüenza pues poco o nada quedaba de aquel juramento que hice de “acatar y cumplir las leyes de la república”.

Él, quien circunstancialmente encarnaba la Majestad de una de las Ramas del Poder Público, aquella en la que se concretaba el de la Razón, estaba delante de mí, trémulo. Digno. Si se quiere, arrogante. Con la arrogancia propia de quien es consciente de su valía y que encara con lucidez su destino. O, ¿era yo quien estaba delante de él, argumentando poseer el respaldo del derecho que proviene de la negociación política que, como es lógico suponerlo, por ser la de los motivos de la conveniencia y de la fuerza, estaba amparada- Oh, vergüenza- por un arma que aún permanecía colgando en mi hombro izquierdo? ¿Cómo fue que cayeron los diques de mi civilidad y fui enrolarme de la mano de Ricardo y de “Chivo Loco” para aprender en La Picota acerca de las razones de la sinrazón? ¿En qué momento había hecho el tránsito entre la repulsa por la lucha armada y esto de hoy en la que, en últimas, me reconforta pensar que con ella estoy dando cumplimiento al compromiso que hice de “sostener su independencia y libertades y defender siempre los fueros de la moral y de la justicia”?

Habían pasado ya unas cuatro horas, desde el momento en que ingresé vestido de paisano y me detuve un rato largo en la cafetería a conversar con algunos concertados mientras esperábamos lo convenido.

La escena de centenares de camarógrafos, fotógrafos, reporteros y periodistas de todo el mundo apostados en el Lobby del Palacio de Justicia, esperando la oportunidad para obtener una declaración de los voceros autorizados, había sido reemplazada por un blindado que subiendo las escalinatas y derribando la puerta, avanzaba amenazante hacia nosotros. Son las dos de la tarde.


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