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A MÍ, NO ME MANDAN FLORES (III)

“ Venía de bailar en el Bando de Cartagena en donde, en medio de la tambora, en compañía de Doña Zora, Tobías y la gentecita del Sindicato del Seguro Social, brindó en mi honor y en el de su hermano quien, él suponía, me acompañaba en esta aventura. ”
ALFONSO JACQUIN GUTIERREZ.
Memorias de un desaparecido.
Abril 30 de 1954. Noviembre 7-8 de 1985

Por: MOISES PINEDA SALAZAR

Pasan por mi memoria los días en los que nos tomamos la sede de la Universidad Libre en Barranquilla. Llevábamos pañuelos y pasamontañas. Pero todos, hasta los amigos del DAS, sabían quiénes éramos los que en nombre del Eme ocupábamos las instalaciones de la Academia…

Río para mis adentros recordando las angustias del Superintendente del Centro Comercial del SENA en Barranquilla, donde yo trabajaba desde febrero del 79 como Instructor de Derecho Laboral, cuando me citó a su oficina para hacerme una disertación acerca de las diferencias que existen entre una sesión de clase y otra de adoctrinamiento político. Me daba lástima constatar cómo una resolución de inscripción en la Carrera Administrativa podía cambiar el pensamiento de una persona… No podía aceptar sus puntos de vista.

Nos separaba nada.

Teníamos, más o menos la misma edad, yo veinticinco, él veintinueve. Cuando yo ingresaba a la Universidad del Atlántico ya él no estaba allí. Había tenido que ponerse a trabajar como burócrata en esa empresa goda pensada, ideada y controlada por la reacción de este país, un asunto que ya yo había tratado en mi tesis de grado el año inmediatamente anterior: “Reacción, liberalismo y democracia en el proceso constitucional colombiano”. Hacíamos “viernes culturales” donde El Flaco Jiménez o donde Ralphy 100. Siempre, con los mismos amigos sin que faltasen algunos no comunes que eventualmente cualquiera invitaba a riesgo de que le hiciéramos el fo convirtiéndolos en el centro de bromas pesadas.

Del socialismo científico y de música salsa él no sabe un carajo y carece de la humildad para reconocerlo y en cuanto a bailar, peor…Sin embargo, conoce del latín, del arte antiguo y moderno por lo que, en la medianía de aquella ciudad, no le quedaba difícil descollar y hacer amistad con figuras de la intelectualidad barranquillera que no dejaban de atender las invitaciones que se les hacían para concurrir a aquellos guateques que empezaban a las siete de la noche sin saber a qué horas, en qué lugar, qué día y en qué condiciones , terminarían.

Nos separaba todo.

Su ideal romanticón acerca de las transformaciones de la sociedad a partir del pensamiento y de la pedagogía que me recordaba a mí mismo en los tiempos del Liceo; sus apegos religiosos más allá de las lealtades clericales- con decir que le repugnaba la doctrina de la guerra justa- y sus hábitos domésticos, entre ellos el de retirarse de las parrandas antes de las tres de la madrugada.

A veces, en los amaneceres del sábado, lo seguíamos hasta su residencia en el norte de la ciudad y armábamos búcaros con las trinitarias, los capachos, las rosas, las cayenas, los azahares de la india, las flores de la Habana y los anturios que crecían en su jardín y a las seis de la mañana nos acostábamos en la mitad de la carrera de La República del Líbano cantando. “A ti te mandaron flores, a ti te mandaron flores. Para gustos se hicieron los colores.”

Nunca los insultos de los conductores de los madrugadores buses de la ruta “Prado/ Porvenir”, ni los reclamos iracundos de su suegra fueron suficientes para lograr lo que él conseguía con la entrega de una botella de whisky: levantarnos de la calzada para irnos con la fiesta para otra parte.

Como ni él ni yo pudimos ponernos de acuerdo, renuncié de mi puesto como instructor del SENA en el mes de Octubre de aquel año, antes de que mi “pana”, mi “ñía” de los viernes en “La Cien”, me despidiera. No le iba a permitir que argumentara que lo hacía porque no había presentado mi libreta militar al momento de la posesión. Ni la tenía, ni la tuve, quizás al final de esta Revolución la tenga… ¿Quién sabe….? Enriquillo lo sabe.

Pero, aquel bellaco, se dio sus mañas y, al fin lo hizo. Me botó.

No le di el gusto de verme la cara y por eso libré una autorización para que mi hermano Carlos cobrara los cinco mil setecientos pesos de mi liquidación.

- ¡Hay que tener dignidad y más, hay que tener orgullo….cabrón de mierda! Le dije. No reaccionó. Creo que él me entendió pues nunca por aquello dejó de hablarme, no porque yo tuviera la razón sino porque la vida le había entregado la sabiduría que a otros tarda o nunca les entrega y ella dice que nadie tiene por qué patear la lonchera ni cagarse en el plato en el que come…

Hace frío. Mucho frío. Me han lanzado un balde de agua helada

. Está muy oscuro. Es más allá de la media noche. O, ¿será que va a amanecer?

No sé qué es lo que me gritan. No me importa.

No entiendo lo que me preguntan. No me interesa.

Un inmenso destello de luz invadió mi cabeza. No siento nada…

Algo que se parece a mí, arde en medio del patio.

Gentes con uniforme, a su alrededor, se tapan las narices.

El que parece ser el Jefe de todos, ordena: ¡Traigan a la otra!

Es entonces cuando me invade la voz de la abuela negra que nos decía que luego de morir, el alma queda como suspendida sobre el cuerpo y sus circunstancias durante setenta y dos horas, mientras lucha por abandonarlo, por desprenderse de él, para no ser testigo de su propia destrucción y se somete al auto juicio de los propios aciertos y equivocaciones. Aunque hayamos pedido y obtenido el perdón… Eso, solo alarga o acorta la agonía…

Él iba vestido de negro, portando una máscara de toro.

Ningún taxista quería llevar al disfrazado que, en pleno mes de noviembre de 1985, zigzagueba por la Calle Murillo rumbo a “La María”. Venía de bailar en el Bando de Cartagena en donde, en medio de la tambora, en compañía de Doña Zora, Tobías y la gentecita del Sindicato del Seguro Social, brindó en mi honor y en el de su hermano quien, él suponía, me acompañaba en esta aventura.

Cosa rara…Está borracho.

Lleno de Maizena, como acostumbrábamos a estarlo todos, menos él, los fines de semana en “La Casita de Paja”, armando porros a la par que conspiraciones.

Tambaleante, con dificultad logró abrir la reja de la Casa Cural de la Parroquia de Nuestra Señora de las Gracias de Torcoroma en donde vivía, al lado de los osarios. Allí, en la compañía de algunas flores y de los restos de veladoras del dos de noviembre, se deshacen los huesos de quienes conmigo lo mirábamos desde arriba.

No llora.

Golpea con furia las lozas de mármol como buscando un “¿qué pasa?” por respuesta.

Luís Eduardo Gómez, el capellán del Sena, su amigo que lo había acogido en aquella casa, lo observa desde la sacristía en donde se preparaba para celebrar la misa de las seis, sabe lo que ha pasado y empieza a musitar: Libera me, Domine, de morte aeterna, in die illa tremenda, quando caeli movendi sunt et terra. Dum veneris judicare saeculum per ignem. Tremens factus sum ego et timeo, dum discussio venerit atque ventura ira.Quando caeli movendi sunt et terra. Dies illa, dies irae, calamitatis et miseriae, dies magna et amara valde.Dum veneris judicare saeculum per ignem.” Requiem aeternam dona eis Domine: et lux perpetua luceat eis.”

Ahora, sí me doy cuenta:

- ¡Estoy muerto! Porque en mi tumba nunca me han puesto flores….

Él cree, porque la abuela india así se lo dijo, que si llega el olvido todo se desvanecerá en la nada.

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