HISTORIA |  INICIO  
  

Capitolio / La Habana


Ensayo breve de La Habana Grande - I
Por: © Julio Pino Miyar

Especial para CARIBANIA_magazine

“El soñador ha visto que el mar se le ilumina,
y sueña que es la muerte una ilusión del mar”
Antonio Machado

I

El mar que bordea La Habana es visiblemente muy profundo. Esto le brinda a la Ciudad una visión de intensidad y justifica el color azul oscuro, el poderoso oleaje y el fuerte olor a salitre que impregna la ribera. La Habana no posee una plataforma submarina. La Habana se convierte de este modo en una ciudad oceánica que mira al norte, que es desde donde llegan cíclicamente las grandes marejadas y los frentes fríos de la estación tropical de la seca. A pesar de estar situada casi a la entrada del Estrecho de la Florida, su perfil marítimo es mucho más atlántico que caribeño, como lo son el resto de las ciudades ubicadas en el Golfo de México o en la costa oriental de meso América. Inclusive la Florida, en su costa atlántica, posee una versión del mar mucho menos intensa, de colores pálidos, opalescentes.

El litoral de La Habana se extiende principalmente al Oeste de la profunda bahía que lleva su nombre; son casi 20 kilómetros de costa de arrecife o “diente de perro” ante la que se levanta la zona urbanizada. El Malecón es el muro que separa al mar de la Ciudad, de la amplia avenida, de las aceras laceradas por el oleaje; es la línea que separa a los viandantes de los arrecifes y del enorme piélago azul que al mediodía se pone a reverberar, creando en el ambiente una luz dorada, fúlgida que impresiona el resto colorido de la paleta visual.

El Malecón fue construido en los años 20 del pasado siglo. Un dictador paternalista auspició su sólida construcción que desanda el norte limítrofe de la Ciudad, desde la bahía hasta el pequeño fuerte colonial de la Chorrera, cuyo sitio indica la desembocadura del más importante río citadino, el Almendares. El Almendares divide en dos a La Habana pero muy pocos lo toman en cuenta, los verdes meandros y pequeños puentes de hierro que lo cruzan se dibujan discretamente en las partes traseras de algunas de las casas del Vedado residencial. Se extiende sinuosamente del Sur hacia el Norte, siguiendo el curso de su corriente de aguas contaminadas, que desembocan justo donde termina Malecón, dividiendo el Vedado del viejo reparto aristocrático de Miramar, de la amplia Quinta Avenida y sus casonas de influencia española, mudéjar, pequeños balcones de columnas y techos adornados con palomares y ladrillos rojos; edificaciones en las que predominan los colores azul y blanco. Varias iglesias dotadas con hermosos campanarios y con líneas arquitectónicas, que recuerdan el antiguo estilo románico, aparecen a ambos lados del paseo central. Si se continúa en línea recta yendo hacia el Oeste se sobrepasará el barrio de Miramar, que crece a ambos lados de la Avenida, para llegar sin solución de continuidad a los pequeños poblados de pescadores de Jaimanita y Santa Fe, el primero conforma en la práctica los límites reales del casco urbano de la Ciudad.

Jaimanita en el extremo Oeste como Cojímar en el extremo Este, son dos pueblos de grandes similitudes situados en la periferia de La Habana. Pequeñas casas de maderas de techos cónicos y viejos tejados de barro con portalones de columnas; casas estructuradas bajo la solución de alquitrabe; ventanas con enrejados y callecitas estrechas, algunas todavía empedradas. Hay mala sedimentación en las orillas marinas de ambos poblados, restos de tejas viejas, pedazos de lata y madera carcomidas por el oleaje, aparte de los desagües. Sus costas de piedra afilada, donde aún concurren bañistas, con abiertas pocetas como pequeños remansos de agua.

Cojímar es un poblado de altas colinas donde hoy viven escritores y pintores que se entremezclan, con su estilo de vida, con el vivir cotidiano del resto de los pobladores. Ernest Hemingway escogió el sitio entre los años 40 y 50 del pasado siglo para tener allí su yate de pesca, y de hecho convertirlo en uno de sus lugares preferidos de solaz. Pocos sitios, entre las innumerables tierras que baña el mar Caribe, evocan con su geografía a las pobres aldehuelas del antiguo mar Mediterráneo. Algo primitivo, humilde y milenario se percibe entre los escombros de la playa, los restos de botes hundidos, los espacios anegados de sol y la oscuridad broncínea del horizonte. Allí a la vista de la ensenada donde el río Cojímar vierte hoy sus detritus y de una taberna de marineros que ya no existe, un célebre personaje literario, el viejo pescador Santiago, luego de su epopéyica lucha en la Corriente del Golfo contra un enorme pez que lo dejara maltrecho y más pobre que el día anterior, pronunció una de las frases más ilustres de la literatura universal: “El hombre puede ser destruido pero no vencido”.

Cojímar está a 10 kilómetros al Este de la Capital. Se debe atravesar un largo túnel, que pasa por debajo de la estrecha entrada de la rada habanera, para llegar con rapidez al otro lado. Se cuenta que otro dictador, de triste recordación, en los años 50 del pasado siglo, vendió los derechos de construcción del túnel a una compañía francesa, pero abarató intencionalmente el proyecto, robándose parte de los fondos, afectando con ello el calado de la Bahía. Mientras que las tierras que emergían en el lado oriental del túnel subían estrepitosamente en el mercado de valores. Con la llegada de la Revolución de 1959 son las grandes barriadas obreras de Habana del Este y Alamar, las que se extienden por esa otra región del litoral, que permite al viajero contemplar, desde la carretera, al mar en lontananza. Si se continúa en esa dirección se llegará en escaso tiempo a las playas del oriente habanero, el Mégano, Guanabo, Santa María… Lugares concurridos para el descanso veraniego, alegres recuerdos para millares de personas de una próvida niñez o de una muy disfrutable juventud insular.

En el otro extremo, en el Oeste, la carretera costeña, luego de avanzar casi 20 kilómetros y sobrepasar el pueblo de Santa Fe, despegándose del casco poblacional de La Habana, cruza el río San Ana en su pequeño delta de aguas cristalinas y límpidas que demarcan hidrográficamente su lejanía de la Urbe con la aparición de otra zona mucho menos maltratada por la sequía y la contaminación ambiental.

En el reparto Vedado está la zona metropolitana de la Ciudad y los escasos altos hoteles y edificios que dominan el mar desde la acera opuesta a Malecón. Se nota cierta influencia francesa como norteamericana y española en la configuración de algunas de esas construcciones. El Hotel Nacional, su tradicional perfil, sus torres señoriales y sus jardines, que una vez fueron diseñados como remembranza de los jardines del Palacio de Versalles de la Francia imperial, invitan al visitante a permanecer en ellos sumido en una larga plática o contemplando desde el mirador el azul marino recurrente, para darnos de pronto cuenta que La Habana es un lugar, una ciudad en el mundo que ya perdió su inocencia. Los temas sempiternos del sexo y la existencia, de la palabra procaz son como cosas que se difuminan entre las sombras que proyectan las hojas del jardín neoclásico, la fresca brisa nocturna que llega del océano y en las conversaciones con personas dolorosamente extrañas, que han hecho de los diálogos un lugar ajeno donde sólo puede habitar el prosaísmo.

4 Páginas: I - II - III - IV