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El Pintor que se abrió paso a puñetazos.
Por: © DANIEL SAMPER PIZANO

Tomado de: Revista CREDENCIAL

La pobreza lo obligó a ser boxeador y no arquitecto, como quería. Pero ahora el barranquillero Leonardo Aguaslimpias se ha convertido en artista internacional y no golpea con los guantes sino con los pinceles.

Cuando vino al mundo Leonardo Aguaslimpias, el 22 de diciembre de 1996, nació sietemesino y con las manos atadas por el cordón umbilical.

Ojo, este niño va a ser un peligro con las manos.

A Leonardo le contaron la historia cuando empezó a practicar el boxeo, a los trece años, y eso le dio confianza para hacer una carrera que lo llevó a ser campeón nacional de peso mosca. Ahora sigue creyendo que la partera tenia razón, pero por otras razones, porque Aguaslimpias se ha convertido en un promisorio pintor.

Habría que decir que ya no tengo el peligro en los guantes sino en los pinceles. Eso comenta Leonardo Aguaslimpias con la misma risueña seriedad que lo condujo en otros tiempos a dejar tendidos en la lona a más de cincuenta rivales y que hoy lo lleva a pintar mulatas de grupa enorme, y viejos costeños de bastón y cotizas.

En el mundo pobre del boxeo rústico fue famoso como “el boxeador pintor”. Su espectáculo era único en el mundo. Subía al ring, en traje de combate, papel y lápiz, y antes de que se iniciara al pelea, dibujaba el rostro de su rival en turno. Cuando el árbitro llamaba al centro a los dos boxeadores, Leonardo le entregaba el retrato al contenedor: - Esta es tu cara antes de que te pegue, - le decía- Guarda el papel, porque después de la pelea no te vas a reconocer.

Semejante advertencia de gallito resultaba cierta. Aguaslimpias disputó 98 combates como aficionado y 12 como profesional. Perdió sólo seis en la primera etapa y dos en la segunda.

Su vocación de pintor le sirvió para rescatar más de un cotejo que estaba a punto de perder. En 1983 se enfrentó al mexicano Tony Gallejo, que habia ganado 15 de 16 peleas por nocaut. En el quinto asalto, Gallego conectó un gancho que derribó a Aguaslimpias. El aún se acuerda lo que ocurrió en aquel momento:
Se me nubló la vista y me vine abajo. Cuando estaba en la lona y oía contar al árbitro, alcancé a pensar que, como boxeador, podía conseguir una revancha, pero como pintor estaba liquidado: quien va a encargarle retratos a un perdedor? Esto me animó para ponerme en pie cuando la cuenta iba en nueve. Luego volvi a coger confianza y en el último round vencí a Gallego por nocaut técnico.
Leonardo también dibujaba fuera del ring y cobraba unos pocos pesos al interesado por cada retrato. En realidad, vivía de golpear y pintar. A veces conseguía algo más que dinero. “Tuve una novia que me canjeaba beso por cuadro- confiesa. Fue la época en que más pinté”.

Aguaslimpias fue famoso como boxeador y estuvo seleccionado para los Juegos Olímpicos de Moscú. Pero al final Colombia se sumó al boicoteo de un grupo de países contra el certamen y no llevó a sus deportistas. A Leonardo la frustración le dura hasta hoy.

En 1982 se hizo profesional. Había repartido trompadas con éxito en varias categorías, pues empezó en la de 38 kilos y llegó a la de 50. como profesional ganó por nocaut sus primeras cinco peleas. Pero en la sexta incurrió en un desliz digno de un pintor sensible, pero indigno de un boxeador: tuvo compasión por el rival.

Me enfrentaba a un anciano de casi 40 años- recuerda: es suyo el término “anciano”- En el segundo público ya le había destrozado el pómulo y las cejas, y el público pedía a gritos que lo rematara. Yo le miraba la cara rota, una cara donde ya pintaban las primeras canas, y oía respirar con dificultad y entonces pensé que el pobre estaba aguantando la mano para comida a los hijos. Si no le quedaba, no le iban a dar más contados. Así que lo dejó llegar hasta el final sin tumbarlo. Gané por puntos, pero la gente me atacó mucho por haberme mostrado piadoso con el viejo. Después, ya el público nunca fue lo mismo conmigo. Aunque gané por nocaut técnico el siguiente combate al cartagenero José Salazar, mi destino como profesional se había arruinado.

Leonardo colgó los guantes de manera definitiva un año después, a los 17. En los archivos de la Federación de Boxeo del Atlántico aparece aún con tres años más, porque en 1978 le adulteraron la edad a fin de que pudiera acudir al campeonato de mayores que se celebraba en San Andrés. El aceptó la trampa. Era la única oportunidad que tenia de cumplir uno de sus sueños infantiles: montar en avión. En el campeonato ganó tres peleas, pero perdió la medalla de oro al final.

Los boxeadores no saben de arte. Su vocación de pintor surgió antes que la de púgil. A los cinco años garabateaba ya monos en el cuaderno escolar. Lápiz, papel, una camisa y un pantalón era todo lo que tenia. “Mi papa me lavaba la ropa y yo llegaba con ella mojada a clase”. Recuerda. Eran nueve hermanos y vivían en el Bosque, un barrio de Barranquilla, dentro de una pobreza lastimosa. La madre los abandonó cuando eran niños.

La primera escuela de Leonardo se llamaba “Gabriel García Márquez”. Conoció muchas, y en todas fue un excelente estudiante. “Teníamos que aprender lo que se pudiera en dos meses, porque mi papá solo tenia para pagar la matricula, después nos echaban por morosos”. En el ínterin, Leonardo se destacaba por su aplicación como estudiante y su habilidad para el dibujo.v Una vez hizo despedir a una profesora que lo llamó “Aguasucia” por ser negro. En otra ocasión un niño algo mayor que él le robó unas bolas de cristal y lo desafió a pelear. Fue una riña de simbolismos frutales porque había una patilla cerca y el otro dijo:v -El que rompa la patilla, mienta madre. -Tras lo cual el ratero de canicas rompió la patilla de un golpe. “Yo no me mosqueé porque tenia madre de palo. –dice Leonardo. Pero luego me tocó el mentón con la mano y eso di me dio rabia: le puse una trompada en el ojo, y el otro me cogio miedo”. Fue la primera vez que entendió que las manos podían ayudarlo a salir de algunos trances.

Una escuela becó por fin a Leonardo, y esto le permitió graduarse como bachiller con brillantes calificaciones a los quince años. Quería estudiar arquitectura, para seguir dibujando. Sin embargo, se encontró con que era imposible pagar la matricula. Recordó entonces aquel incidente de la patilla rota y se dijo que quizás las manos podían ayudarle a hacer la carrera universitaria a trompadas. Y se metió de llenos al boxeo, con la intención de pagarse de allí los estudios. Al final no lo consiguió. El mundo de los puños lo devoró y no llegó a la universidad.

Pero nunca abandonó los lápices. Es más, a los 14 años le robó unos potes de color a un pintor que vivía en su barrio y pintó su primer óleo en un lienzo para planchar. Aguaslimpias seguia dibujando boxeadores, sólo que había abandonado la línea retratista y exploraba una visión nueva;; los pintaba de manera de ídolos zoomorfos, en busca –dice- de una “nueva mitología!. Campeones con cabeza de gallo; fajadore con patas de chivo; pesos medianos con alas de cóndor...

El mundo del boxeo no estaba preparado para tanta mitología.

-Descubrí que la gente de boxeo no entiende de arte y la de arte no entiende de boxeo.

En 1982 realizó su primera exposición en la galería de la escuela. Eran retratos de personajes ilustres de Barranquilla. Siguió colaborando en otras exposiciones, y en 1992 ofreció ya una idea de lo que iba a ser su tema principal: mulatas. En su muestra “Un culto a la mujer” ya aparecían esas mujeronas caribes de frondoso trasero.

Según Aguaslimpias, son de descendientes de la tribu africana bantú, “y las bantúes creen que la fuerza está en el culo”. Más explicito, el pintor asegura que “el bamboleo de las caderas es el eje del universo”.

Lo es, al menos, de su universo, que está salpicado de muchachas semidesnudas o vestidas de torero ofrecedoras, provocadoras, insinuantes, que se recuestan en una cama o se exhiben en un taburete. Con todo, su cuadro más famoso no representa a una mujer sino a un viejito. Lo utilizó la Lotería del Atlántico para sus billetes sin reconocerle un solo centavo al autor.

Entre 1992 y 1996 se multiplicó la presencia de Aguaslimpias en salas de exposición de la Costa colombiana. En 1995, Carlos del Barrio, un español que fue a parar a Barranquilla siguiendo unas caderas de mujer, se fascinó con la obra de Leonardo y le ofreció ser su representante. Gracias a esta conexión, el barranquillero ha presentado sus cuadros en siete ciudades españolas, donde vende cada óleo en más de cuatro millones de pesos.